Neusiedler See

El lago de Neusiedl en Podersdorf, en la región austriaca del Burgenland y a media hora de Bratislava, es más fácil de describir ahora que estoy ya delante de mi ordenador, con un teclado como Dios manda, con acentos y eñes.
Es un gran lago, un juguete que les dio Dios por dejarles sin mar, un marecito que han acordonado completamente con vallas metálicas y donde hay que pagar para bañarse; y no sé, pero puede tener cincuenta kilómetros de diámetro, por decir una cifra: en resumen, un sacaperras y una muestra más del afán contemporáneo en Occidente por tenerlo todo bajo control.
Pero se estaba bien allí, al menos si no aspiras a ver la selva virgen y te conformas con la naturaleza domeñada. A mí -pedante me voy a poner- me recordaba a Seurat, esos cuadros de puntitos de colores pastel claros que formaban bañistas en las riberas y gentes de paseo.
Yo, por poetizarme, me senté en una especie de espigón que sobresalía, con un farito de juguete en la punta muy aldorossiniano y veleros pasando al fondo. Para ayudarme, me pedí una Budweiser, pero de la Budweiser original, la checa, y allí sentado, con una muy conveniente nube en forma de yunque que tapaba el sol, veía reflejos en las olitas diminutas que el aire suave formaba, o mejor dicho como vagas estrellas en las olas eran los puntitos que reflejaban el sol.
Y luego me senté en el faro y veía aviones que pasaban por encima, muy cerca. Ayer al volver, en el avión distinguí el lago de Neusiedl y me dio mucha alegría, pero más me dio por la tarde, cuando el avión se sumergió al fin entre las nubes y entrevimos el fondo de verdín de la verde Galicia.
Y de aquel día quedó constancia en esta foto de Manuel Moreno (¡gracias!); yo soy el que está apalancado en la sillita: