jueves, 9 de abril de 2009

Entre León y Lugo (7 de 8)

[¿Que no puedo continuar con el relato del viaje a León/Lugo y a la vez celebrar convenientemente la fiesta de hoy y citar de paso a Trapiello, san Josemaría, Waugh y Flannery y contar del concierto de ayer? Vais a ver:]
A la vuelta de León [esto es una prolepsis, porque me falta todavía contar otras cosas del viaje] se me ocurrió que ya que tenía que parar en Piedrafita podía visitar por primera vez O Cebreiro, la iglesia donde se conserva las reliquias con el cáliz y la patena del milagro (que pasaron al escudo de Galicia).
Hacía un frío que pelaba y estaba nevando. Un peregrino rezaba solo en la primera fila. Y en san Isidoro (y los que leáis a Trapiello lo asociaréis a sus viajes a León en Navidades) vi, como otras veces, gente rezando ante el Santísimo expuesto en la Custodia, lo mismo que cuando llegué al día siguiente a Lugo, cuando fui con Chema a la Catedral: también allí está expuesto el Santísimo todo el día.
Y hoy, Jueves Santo, se celebra la institución de la Eucaristía. Esta mañana leía esto de san Josemaría [resaltos míos]:
Todos los modos de decir resultan pobres, si pretenden explicar, aunque sea de lejos, el misterio del Jueves Santo. Pero no es difícil imaginar en parte los sentimientos del Corazón de Jesucristo en aquella tarde, la última que pasaba con los suyos, antes del sacrificio del Calvario.
Considerad la experiencia, tan humana, de la despedida de dos personas que se quieren. Desearían estar siempre juntas, pero el deber —el que sea— les obliga a alejarse. Su afán sería continuar sin separarse, y no pueden. El amor del hombre, que por grande que sea es limitado, recurre a un símbolo: los que se despiden se cambian un recuerdo, quizá una fotografía, con una dedicatoria tan encendida, que sorprende que no arda la cartulina. No logran hacer más porque el poder de las criaturas no llega tan lejos como su querer.
Lo que nosotros no podemos, lo puede el Señor. Jesucristo, perfecto Dios y perfecto Hombre, no deja un símbolo, sino la realidad: se queda El mismo. Irá al Padre, pero permanecerá con los hombres. No nos legará un simple regalo que nos haga evocar su memoria, una imagen que tienda a desdibujarse con el tiempo, como la fotografía que pronto aparece desvaída, amarillenta y sin sentido para los que no fueron protagonistas de aquel amoroso momento. Bajo las especies del pan y del vino está El, realmente presente: con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad.
Y ayer por la noche estuvimos en un concierto de música religiosa de Haendel en las Carmelitas, dentro del admirable ciclo de Músicas Contemplativas organizado por el Consorcio de Santiago [hoy, las Vísperas de la Virgen que hicieron los jesuitas de China del siglo XVIII]; lo mejor, la propina final: Haec est Virgo virginum, una antífona que hizo Haendel para Carmelitas.
Pero esa iglesia sin el Santísimo se me hacía rara: una sala de conciertos en la que hablábamos y escuchábamos música religiosa: era como la capilla vacía de Retorno a Brideshead.
Aplaudimos con fuerza a los componentes de Musica Antiqua Roma, magníficos, pero yo me acordé de la frase de Flannery en Sangre sabia (trad. de Manuel Broncano, p. 112):
los limpiaparabrisas hacían un ruido estrepitoso, como dos idiotas aplaudiendo en una iglesia.
Está bien ir a una iglesia a oír música, pero mejor rezar con música como la de ayer dentro de la liturgia (¡quizá algún día eso llegue a ocurrir en España!).
[Contadlos todos, y está hecha. Y bien que me he currado los links. Y sin saber cómo, esta entrada se ha convertido en una mise en abyme de todo este blog.]

8 comentarios:

  1. ¡He aqí al GRAN LINKEADOR! (La expresión se la tomo prestada a Oti Rodríguez Marchante).

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  2. Fantástico!!! Me reengancho después de unos días, y me encuentro con esta entrada tan "compostelana". Enhorabuena por los links, y por las citas tan bien traídas. Por cierto, que la de Flannery me parece sensacional.

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  3. Genial, ARP. Me encantan tus posts de viajes.

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  4. Gracias ARP por esta entrada; por el entusiasmo que transmite y que yo recojo como una medicina.

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  5. Carlos, me alegra mucho que te ayude; yo que no he estado nunca en Semana Santa en Sevilla la he echado de menos estos días contigo.
    Espero que la cosa vaya remontando: ¡ánimos!

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  6. Lo de aplaudir en una iglesia es cierto que a veces queda un poco extraño... Pero recuerdo que después de cantar el Oratorio 'Christus' de Franz Liszt (en el que estábamos más de 200 personas entre coro y orquesta), y la iglesia llena, tras un final apoteósico, enérgico, casi Beethoveniano,.... un silencio como de funeral. Una tradición que tenían en el monasterio de Ottobeuren, al sur de Alemania, en donde no se aplaude, sino que al final de cada concierto hacen sonar las campanas del monasterio... Es emocionante, pero... no te satisface como músico.

    Si no se puede aplaudir (o no se debe), que se hagan los conciertos en otros lugares; pero utilizar lugares de culto como salas de concierto a veces puede ser lo apropiado o a veces no. Depende de la música y del templo.

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  7. Justamente, a mí el único momento en que me parece bien aplaudir en una iglesia es después de un concierto de música, que aplaudo a rabiar (como el día de Haendel en las Carmelitas o en san Martín Pinario con la música chino-barroca o al día siguiente con el gregoriano en las clarisas.
    Yo quería reflexionar en este entrada sobre la paradoja de una iglesia sin Eucaristía y con una música maravillosa, cuando lo ideal sería una iglesia con Eucaristía y música de la buena dentro de la liturgia. Y vuestro coro ayuda mucho a conseguir ese ideal: yo os pondría en medio de la Catedral a cantar todas las Misas y prohibiría cantar a los canónigos.

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