martes, 27 de mayo de 2008

Madrid en mayo (II)

Tengo prisa por contar el final del viaje, para quitarme de encima el sabor amargo (casi de hiel y de vinagre, y de ceniza y de acíbar) que me quedó y mostrar algo de mi cara menos amable (aunque quizá también favorecida al final, que aquí acabo siempre posando, aunque a veces con cara de malote).
Llegué con tiempo de sobra a la T4 de Barajas porque sabía -por internet- que mi vuelo saldría de la T4s, una terminal satélite a la que se llega en tren. Y era un trenecito prodigioso, como dos tarteras unidas o dos cajas de hamburguesas de McDonalds con cristales y sin conductor. Una voz grabada daba instrucciones (sujetarse / hold on): y otra vez me acordé del tren de Chihiro.
Salí, vi en los horarios que no ponía terminal M, sino HJK (es decir, en la T4 que acababa de dejar), pero había un Starbucks y otra vez caí en la mitomanía yancófila. Me senté con un vaso de papel como de cocacola de MacDonalds con tapa, lleno de café americano; esperé un rato, pensé que se había enfriado pero me quemé el paladar igual. Fue la señal del despeñamiento.
Otros viajeros acabaron preguntando y sí, tuvimos que volver a la T4; ya no me hizo tanta gracia el trencito y me cabreé del todo al ver que al llegar tenía que pasar otra vez por el control ese en el que te tienes que quitar el cinturón y vaciar tus bolsillos. Un chaval en información me dijo que esperase: le grité que me confirmase al instante de dónde salía el vuelo (estaba congestionado y con la boca quemada del café): dejó de hablar por teléfono y me lo dijo.
El avión lo habían puesto en el extremo de la T4, atpc (y luego dicen que Galicia no está discriminada). Me senté. Esperamos. Parecía que ya podíamos subir al avión. Me puse en la cola. El encargado dijo que entrasen primero los de las filas de atrás. Yo iba en las filas de detrás. A mi lado se puso un señor con su mujer: ¡se estaba colando por todo el morro! Le dije que no se colase. Me miró con cara de pasmo; intentó justificarse. Me enroqué, no a gritos pero casi. Al final pasé delante. El señor se ve que tenía ganas de decirme algo, pero se lo impidió su educación.
En el finger alguien -mi angel de la guarda, mi conciencia, algún santo que vela por mí- me trajo a la memoria que en el viaje de ida me había colado yo.
Me senté en mi asiento. Ley de Murphy: el matrimonio tenía asientos a mi lado. Se acercaron: les pedí perdón. La mujer me dijo que no iban mucho en avión, que habían oído lo de ponerse delante los de los asientos de atrás y que por eso se habían puesto a mi lado en la cola. Y que no querían colarse.
Ya mi bochorno era inmenso. Vi que el marido tenía asiento en otra fila. Me ofrecí a cambiárselo para que pudiera sentarse al lado de su mujer: les gustó la idea. Era un matrimonio mayor, de esos que se llaman papá y mamá, muy buena gente, que se ve que disfrutan cuando están juntos.
Y la vergüenza de haberles gritado delante de todo el mundo.
Y mientras, escondía la portada de la Introducción al cristianismo de Ratzinger.

9 comentarios:

  1. Estupenda entrada. Al leerla me han entrado ganas de ser mejor. O, por lo menos, de no "denunciar" a los colones. :). Yo también tengo a veces se puntito justiciero.

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  2. Contigo me parto, me acabas de alegrar el día. En ese tipo de meteduras de pata soy experta y lo de esconder la portada del libro es grandioso.

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  3. Qué historia tan deliciosa. Casi puedo sentir cómo aun me quema el café en la lengua.

    Lo de llamarse papá y mamá describe a la perfección, además de con mucho cariño, los años de convivencia que se llevan, y los que están por venir.

    Como a Montse, me acabas de alegrar el día.

    Gracias :)

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  4. ¡Buenísima! Yo también tapo con papel de periódico las portadas de mis libros para poder leerlos a mis anchas en el metro, lejos de miradas inquisidoras. Supongo que aquí el matiz es que no vieran que leías al Papa, y que te comportabas al mismo tiempo como uno más... Siempre les hubieras podido decir: "Imagínense Vds. si, encima, no leyese a Su Santidad!".

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  5. En fin, he leído tu entrada por encima y me he quedado con lo del final.

    Creo que saber disculparse (no excusarse) y pedir perdón (lo que requiere un trato bastante mayor, en mi opinión) es una gran virtud.

    Y no por nada, sino porque implica reconocer un error. No porque cambiar de opinión sea de sabios, sino porque reconocer que hemos hecho mal es algo difícil, y no sólo por orgullo.

    Lo de esconder lo que lees, en cambio, no me parece tan honroso (si no quieres saber qué lees, forra el libro con periódico, pero para lo bueno y para lo malo).

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  6. Es genial! Me acordaré cada vez que me tome el americano del Sb.
    Te aseguro que si te tengo de profe y leo esta entrada, mañana me llevo el aoristo sabido al dedillo. Vamos, que te lo digo más rápida que el chaval de información. Fíjate que ni me atrevo a decirte que al americano hay que quitarle le tapa.
    Y lo del libro claro que da corte, pero bueno, teniendo en cuenta que era sólo la "Introducción"...

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  7. Es que no hay nada peor que ponerse de mala leche a base de pequeñas cosas...
    (Egoistamente debo decir que me lo he pasado en grande con tus quemaduras, gritos y demás).

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  8. ¡Ja!

    (Bueno, el título dice "introducción" al cristianismo, no "expertos").

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