No ha sido otro viaje a Madrid, y no sólo porque era en mayo y con lluvia.
Van der Weyden en El Prado: La Piedad, con unas nubes prodigiosas y sobre todo el dolor de la Virgen, que yo veía con el eco de varias confidencias de estos días, el dolor de una madre paralizada y su incapacidad para evitarlo y el pasar por la prueba de la aceptación. Y el gran cuadro del Descendimiento, en la pared del fondo, donde pintó las caras de Cristo y de la Virgen del mismo gris cadavérico. Y los ojos llorosos de san Juan.
Desde este verano en Valladolid me había ido fijando: un tema iconográfico fascinante, y la dificultad de cómo poner a una mujer mayor y a su hijo muerto en la misma escena, desde los grupos de Alejo de Vahía del Llanto por Cristo muerto a las escenas tipo Pietà, los escultores y pintores trabajaron por conseguir una armonía difícil, unas veces poniendo a Cristo en el suelo, otras en posiciones forzadas, hasta que Miguel Ángel lo hizo más pequeño.
Pero la cuestión técnica es una cosa y otra poder entrever algo de lo que supone el dolor de una madre; ese fue el tesoro que me traje de mayo en Madrid.
Me ha gustado mucho ver bajo ese prisma, otra vez, el cuadro de Van der Weyden (probablemente, mi favorito de El Prado). Mirando este cuadro, se comprende un poquito mejor el dolor que le costó cada uno a la Madre de Dios (su peculiar dolor de parto). A mí me ha costado muchos años llegar a "entenderlo" un poquito, pero ahora lo sé.
ResponderEliminarSujeta a Jesús del mismo modo que cuando era niño, le arrima la cara igual...
ResponderEliminarY la corona de espinas sobre el paño que han necesitado para retirarla, y la punta enganchada. Y el paño limpio que lo envuelve, la sangre por debajo.
Esos paños que traen a la memoria los primeros, cuando envuelve al Niño y lo pone en el pesebre.
La Virgen, siempre con sus paños.
Y es verdad que se tarda en entenderlo, nos pasa a todos, incluso a Miguel Ángel le pasó. La primera Piedad es una belleza pero no una Piedad; la Rondanini sí, no puedes acercarte, irradia dolor.