No lo había leído cuando salió en 2006: Cambio de destino es un libro de memorias de Jon Juaristi, de su vida hasta entonces. Yo le tengo gran admiración, como he podido dejar aquí escrito a lo largo de los años: El bucle melancólico, la biografía de Unamuno, su poesía, El reino del ocaso, sus artículos en ABC, han sido importantes en mi manera de ver las cosas.
A mí siempre me impresiona por la facilidad de su expresión y su abrumadora y a la vez didáctica erudición. Este libro es más triste que otros, porque trata sobre todo de su vida en Bilbao, su agitada juventud en la primera ETA y luego sus desencuentros cada vez mayores con el nacionalismo, tema amargo donde los haya.Justo con este libro se despedía de todo eso, yéndose a Madrid.
Es impresionante la memoria que tiene de todo el mundo. Una historia de los vascos, y especialmente de la izquierda vasca, de ETA al PSOE, sobre la generación que se hizo adulta en torno a 1968 tendría que tener este libro como base. Por cierto que es tremendo en buena medida el legado de aquella generación, sobre todo allí. Salvo algunos que escaparon de la quema, qué rastro de muerte y mentira detrás. Qué retrato duro de una época, que no afecta solamente a los vascos, aunque allí, como se exacerbó todo, es todavía más tremendo.
Dedica un capítulo a criticar a los que le motejan de ser alumno de Gaztelueta: da una visión me parece que muy ajustada del colegio, con algunos elogios muy apreciables, más que en algunos de sus poemas.
Me sorprendió descubrir sus raíces burgalesas en una rama de la familia, que procedía de Cueva de Manzanedo, al norte. Yo, todo burgalés, tengo orígenes vizcaínos por mi abuela materna, Garrastacho, en concreto.
He encontrado dos perlas, una sobre algo que me retrata también a mí, la dificultad para los deportes:
No destaqué en ninguno [=deporte], aunque se me consideraba un desecho de tienta voluntarioso, algo por encima de los zopencos puros (85).
También hay una muy buena sobre los filólogos:
Con estos [con los historiadores] siempre me he llevado mejor que con los filólogos, como corporación, quiero decir. Son menos enfáticos. Con un historiador, aunque sea Heródoto reencarnado, pegas la hebra enseguida. Les encanta discutir, intercambiar ideas. Los filólogos tiramos todos hacia la pedantería y cuanto más se encumbran, más intratables se vuelven, con honrosas excepciones (377).
Yo hubiera preferido justamente más espacio dedicado a su tarea filológica, pero espero resarcirme con un libro que voy a pedir a los Reyes, una biografía suya de Menéndez Pidal de la que espero iluminación sobre la historia de la filología en España y sobre mil cosas más que seguro que va contando al hilo de lo que vaya saliendo.
El autor, en un equipo de baloncesto donde estaba de reserva, está junto al entrenador, de pie.