miércoles, 19 de febrero de 2025

La Central Eléctrica de Galeras

Es un edificio industrial que conservaron en vez de tirarlo; y me alegro, porque tiene su gracia. Lo han convertido en una plaza abierta dentro, y lo van a usar para trueque y venta de objetos de segunda mano, tema que sorprendentemente gusta mucho a la izquierda: están pensando todo el día en el dinero y su defecto principal, el de la izquierda, que es la envidia, pero, curiosamente, es el trueque lo que les hace gracia. No consigo entenderlo.

El gobierno local, que peca -entre otras cosas- de cursi, lo ha llamado "Mercado da luz": Trae á luz o que queres trocar ou vender, es su lema. Me rechinan los dientes, pero debe de ser el dentífrico.


martes, 18 de febrero de 2025

Psicotécnico

Me llegó un aviso de que estaba a punto de caducar mi carnet de conducir. Me lo mandaban de un gabinete psicotécnico: fui allí y me tocó hacer la misma prueba ante una pantalla como para jugar al tetris: con las dos manos, con unos mandos prehistóricos, ir por una especie de carriles que se juntaban y separaban independientemente. Cuando te salías, pitaban. Hace diez años los pitidos me inquietaron y ahora también, aunque un poco menos: ya había pasado la prueba entonces y la pasé ahora, a pesar de la sensación de zopenco que tenía. Me dijeron que tenía diez años más de carnet, pero lo oí como "es la última vez que tendrás un plazo tan grande": todo son campanadas de muerte, si uno se pone lo suficientemente tétrico.

A la vuelta hacia la Facultad vi la fachada del Obradoiro desde la cima de la Rúa do Campo do Cruceiro do Gaio (=Calle del Campo del Crucero del Arrendajo):

Bajé un poco, a ver si se veía más despejado:

lunes, 17 de febrero de 2025

El factor humano de Graham Greene

Mientras leía El factor humano, de Graham Greene pensaba que era peor que otras novelas suyas, pero ahora que lo he terminado, veo que me ha dejado un buen sabor de boca. Concluye muy bien, con tristeza, pero anudando todos los temas, fundamentalmente el amor y la soledad.

El marco es el de una novela de espías, donde es central el juego entre verdad y mentira de los enemigos y se centra en una persona, una de esas piezas que sirven para el juego de la desinformación, que trafican con ella y pueden traicionar a su país. Aquí la clave es una causa indudablemente justa en el contexto de la novela, la del apartheid de Sudáfrica, que podría superar una teórica y lejana lealtad a la patria, sobre todo si hay una historia de amor de por medio. 

Si nos pusiéramos politólogos, se plantearía aquí la alternativa entre el patriotismo a todo coste y la dialéctica amigo-enemigo, experimentada en lo concreto. Lo que está en juego es algo que está muy en discusión ahora, el ordo amoris: si nuestra lealtad está con los más alejados (y ahí los más sufrientes, en la medida en que eso se mida: los proletarios en el imaginario comunista, los emigrantes en la situación actual) o con los más cercanos. A quién debemos lealtad, es lo que se pregunta. Hay una lucha muy dura entre la frialdad británica (representada en la madre del protagonista, de una agobiante ausencia de emoción, y en los altos funcionarios, ese establishment británico que no sabe para qué funciona, pero lo hace implacablemente) y el amor de una pareja, que debe arrostrar incontables dificultades, causadas por el estado de cosas establecido. Greene consigue que te detengas en la mirada del traidor, nada menos, con lo que todos los fundamentos se tambalean. Es una novela muy actual, me parece: ¿con quién voy, con el establisment bruselense o con esas verdades que son básicas y que todo el aparato parece conculcar, los Macron, los Scholz, los von der Leyen? Yo abogaría por un patriotismo fundamentado en lo permanente, pero no parece que se plantee esa posibilidad en la novela, y tampoco en el mundo actual, fuera de algunos.

Me gusta mucho cómo plantea los diálogos Greene, cómo describe los lugares, cómo expone las situaciones. Me parece un gran novelista, también en esta novela pretendidamente de tono menor.

jueves, 13 de febrero de 2025

La vida cultural en Santiago

"Penosa" es la palabra justa.

Pensaba el otro día en cómo ha empeorado todo respecto a los primeros años que estuve aquí, sobre todo en las exposiciones de arte. 

Llevo tiempo sin ir al CGAC, pero es que no me atrae nada lo que ponen últimamente. Las exposiciones de Abanca son de coña, refritos de su colección. Mirando mis fotos, me di con unas de hace dos meses, Arquitecturas narradas, que me pareció floja.

Le hice una foto, por hacer algo, a Pueblo gallego, de 1915, de Carlos Sobrino, que creo que da contexto a gente como Castelao (más nítida, en la web de Abanca):


De 1995 era Far West, de Xurxo Martiño, una especie de escena rural feísta gallega. 


Un detalle:

miércoles, 12 de febrero de 2025

Las fijaciones de David Lodge

Falleció hace poco David Lodge. A propósito de eso leí a una blogera americana elogiar algunos libros suyos como indicativos de lo que pasaba en el mundo católico inglés en los sesenta y me cogí La caída del Museo británico. Es un libro de 1965, lo cual tiene su interés, porque es anterior a la Humanae Vitae. Lodge presenta a un matrimonio católico joven, pero ya con tres niños, porque los "métodos naturales" les fallan repetidamente. El marido teme que su mujer esté de nuevo embarazada, todo esto mientras está hasta el cuello intentando terminar una tesis doctoral en la biblioteca del Museo Británico. Hay momentos muy graciosos, de reír a carcajadas, y otros más burlescos. No sé si al final me mereció la pena leer la novela, porque me dejó un sabor amargo. Parece que es fundamental la parodia de estilos a lo largo de los capítulos, cuestión que no se me escapó solamente a mí, sino a buena parte de la crítica, según leí después. Sea como sea, el problema no es ese, sino el parti pris: hay una cuestión ya resuelta desde el principio, la de que la doctrina de la Iglesia Católica sobre sexualidad debe cambiar, y ahí se queda toda la (falta de) problemática. En la edición que leí le había dado para añadir un epílogo, por si le quedara a alguien alguna duda de cuál era su postura. La aparición de la Humanae vitae le debió de dejar perplejo, como mínimo.

Luego pasé por Urueña y allí me di con Terapia por seis euros. Es una novela a modo de diario de un guionista de series, buscadamente tirando a una narración como anodina, pero eficaz al final. En medio recoge las opiniones de otros personajes, unas páginas en el centro en las que me volví a reír a carcajadas, como no me reía desde que leía los libros de Guillermo Brown con doce años. Al final le pongo las mismas pegas: no se mueve un milímetro de sus planteamientos de fondo, que se ve que son obsesivos, básicamente cómo salvaguardar sus ideas sobre sexualidad en un ámbito de cierta moralidad, que tira a convencional o que se ha hecho convencional en realidad, en la medida en que ha sido aceptada por la mayoría de la sociedad. Él se definía, parece, como "católico agnóstico": algo así es lo que se muestra en sus obras. No hay problemática en realidad. Cuando se abre algún destello de hondura, se apaga a continuación, no vaya a haber dificultades de las que sea difícil salir.

martes, 11 de febrero de 2025

El del dedo de oro

Estuve estas semanas leyendo la Carta a los hebreos, que coincidió con las lecturas de la Misa estos días. Casi al final se da un consejo: 
No olvidéis la hospitalidad, gracias a la cual algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles 
τῆς φιλοξενίας μὴ ἐπιλανθάνεσθε, διὰ ταύτης γὰρ ἔλαθόν τινες ξενίσαντες ἀγγέλους 13.2).
Luego seguí leyendo y pasé a la Carta de Santiago, donde dice:
Supongamos que entra en vuestra asamblea un hombre con anillo de oro y vestido espléndido, y entra también un pobre mal vestido
ἐὰν γὰρ εἰσέλθῃ εἰς συναγωγὴν ὑμῶν ἀνὴρ χρυσοδακτύλιος ἐν ἐσθῆτι λαμπρᾷ εἰσέλθῃ δὲ καὶ πτωχὸς ἐν ῥυπαρᾷ ἐσθῆτι (2.2 ).
Me llamó la atención primero lo del anillo de oro, pero porque lo dice con una sola palabra, que además es única en la literatura griega: χρυσοδακτύλιος (chrysodactyliosel-del-dedo-de-oro) y luego habla de un pobre mal vestido (πτωχὸς ἐν ῥυπαρᾷ ἐσθῆτι). Hay un ejemplo en textos que estoy traduciendo ahora en clase, en concreto del canto XVII de la Odisea, donde Ulises, disfrazado, es descrito por su hijo Telémaco como pobre, mendigo (πτωχὸς 18) y se dice que va con ropas muy malas. Pero resulta que ese mendigo con harapos es el rey, que será maltratado por los pretendientes de Penélope, okupas de su palacio, que solamente se fijarán en sus harapos. Luego, cuando se descubre como quien es realmente, no pueden ya hacer nada y sufren su venganza.
No hay que tratar a alguien pobre bien porque vaya a ser un rico disfrazado, esa no es la cuestión, pero es interesante ver los paralelos. Hay que ver más allá de los harapos del pobre.


Y aquí la ilustración que no pega mucho, pero es que hay un nombre parecido (ChrysodactylosGoldfinger en inglés):

lunes, 10 de febrero de 2025

Qohelet/Lector, de Armando Pego

Mientras leía este libro me he acordado de que en Antígona de Sófocles la protagonista lleva polvo (φέρει κόνιν 429) para echarlo sobre el cadáver de su hermano Polinices, incapaz como es de hacerle un enterramiento propiamente dicho. El gesto no guarda proporción con el problema, pero una joven casi niña, ella sola, Antígona, es lo único que puede hacer allí.

Salgo reanimado de la lectura de Qohélet/Lector. Alegría en tiempos de vaciedad, de Armando Pego. No es un libro de autoayuda, es un ensayo, y no fácil, pero a mí me ha ayudado mucho a recordar lo más importante, la alegría, que no es panfilismo ni mero voluntarismo, sino la seguridad, que no se encuentra ni fatigando los libros ni en la experiencia de los placeres, de que esa alegría lleva a algo, el amor.

En el epílogo el autor pide perdón por los pasajes oscuros, que no pudo redactar de otro modo. A fe que los hay y yo me reconozco en ese no estar bien preparado para valorar en toda su extensión este libro, pero sí que he llegado al final muy contento, reafirmado, reanimado. Y más consciente de la vanidad de vanidades y cuidadoso de no querer cazar el viento.

Al final podría decir lo de que Yo sé de quién me he fiado, pero no es exactamente el tema de este libro, sino que lo que hay aquí es una reflexión sobre el Eclesiastés a la luz de algunos autores que lo han leído, de ahí el título "Qohélet/Lector". Yo me he sentido muy cercano a las lecturas de José Jiménez Lozano, que sabe valorar ese poco, ese humo (que se traduce como vanitas en latín) pero es algo físico, el humo, el polvo: el gorrión muerto que con Jiménez Lozano nos interpela, porque no es simplemente un conjunto de células descomponiéndose. Con las lecturas de san Jerónimo he navegado por el saber que está de vuelta y que no rechaza el estudio como vano. Con Teognis, he reflexionado sobre la convivialidad, la comunidad con los demás. Y en toda esa lectura, me iba curando del nihilismo, que es como un aire que respiramos, querámoslo o no, según Flannery O'Connor, eso que socava nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra caridad.

Recoge el autor un frase de José Jiménez Lozano: "[Qohelet] "nos apura a vivir, aunque sin engaño y con la realidad por delante" y explica que "Esta alegría no es la satisfacción por el deber cumplido, ni la esperanza de que algo mejore. Es una alegría que descubre al hombre en la vanidad de las cosas un saber que lo consuela de sus derrotas. No del todo, pero sí de nada. Aunque el rico y poderoso la descuenten, le habrá enseñado a quien la busca que la ingratitud no puede arrebatarle el gusto de lo que, humilde, está al alcance de su mano (154-5).

Estoy terminando estos días el libro de los Salmos, donde me ha llamado la atención la intensidad de aquellos pasajes, numerosos, donde se pide auxilio a Dios. Después de los Proverbios, leeré esta vez el Eclesiastés de otro modo, tras esta lectura de lecturas de lo que escribió Qohélet.