lunes, 10 de febrero de 2025

Qohelet/Lector, de Armando Pego

Mientras leía este libro me he acordado de que en Antígona de Sófocles la protagonista lleva polvo (φέρει κόνιν 429) para echarlo sobre el cadáver de su hermano Polinices, incapaz como es de hacerle un enterramiento propiamente dicho. El gesto no guarda proporción con el problema, pero una joven casi niña, ella sola, Antígona, es lo único que puede hacer allí.

Salgo reanimado de la lectura de Qohélet/Lector. Alegría en tiempos de vaciedad, de Armando Pego. No es un libro de autoayuda, es un ensayo, y no fácil, pero a mí me ha ayudado mucho a recordar lo más importante, la alegría, que no es panfilismo ni mero voluntarismo, sino la seguridad, que no se encuentra ni fatigando los libros ni en la experiencia de los placeres, de que esa alegría lleva a algo, el amor.

En el epílogo el autor pide perdón por los pasajes oscuros, que no pudo redactar de otro modo. A fe que los hay y yo me reconozco en ese no estar bien preparado para valorar en toda su extensión este libro, pero sí que he llegado al final muy contento, reafirmado, reanimado. Y más consciente de la vanidad de vanidades y cuidadoso de no querer cazar el viento.

Al final podría decir lo de que Yo sé de quién me he fiado, pero no es exactamente el tema de este libro, sino que lo que hay aquí es una reflexión sobre el Eclesiastés a la luz de algunos autores que lo han leído, de ahí el título "Qohélet/Lector". Yo me he sentido muy cercano a las lecturas de José Jiménez Lozano, que sabe valorar ese poco, ese humo (que se traduce como vanitas en latín) pero es algo físico, el humo, el polvo: el gorrión muerto que con Jiménez Lozano nos interpela, porque no es simplemente un conjunto de células descomponiéndose. Con las lecturas de san Jerónimo he navegado por el saber que está de vuelta y que no rechaza el estudio como vano. Con Teognis, he reflexionado sobre la convivialidad, la comunidad con los demás. Y en toda esa lectura, me iba curando del nihilismo, que es como un aire que respiramos, querámoslo o no, según Flannery O'Connor, eso que socava nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra caridad.

Recoge el autor un frase de José Jiménez Lozano: "[Qohelet] "nos apura a vivir, aunque sin engaño y con la realidad por delante" y explica que "Esta alegría no es la satisfacción por el deber cumplido, ni la esperanza de que algo mejore. Es una alegría que descubre al hombre en la vanidad de las cosas un saber que lo consuela de sus derrotas. No del todo, pero sí de nada. Aunque el rico y poderoso la descuenten, le habrá enseñado a quien la busca que la ingratitud no puede arrebatarle el gusto de lo que, humilde, está al alcance de su mano (154-5).

Estoy terminando estos días el libro de los Salmos, donde me ha llamado la atención la intensidad de aquellos pasajes, numerosos, donde se pide auxilio a Dios. Después de los Proverbios, leeré esta vez el Eclesiastés de otro modo, tras esta lectura de lecturas de lo que escribió Qohélet. 

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