En esta novela y las otras dos contiguas a ella aparece como protagonista un Antonio Azorín que es un trasunto del escritor, hasta el punto de que se quedó con el nombre para sus libros siguientes.
Tras La voluntad (1902), el personaje reaparece aquí, en esta novela de 1903, sin argumento más allá de los caminares y reflexiones del protagonista, primero por el Levante (Monóvar, Pretel, Elda) y después entre Madrid y La Mancha (Torrijos, Villanueva de los Infantes).
Lo que más me ha sorprendido es el tono regeneracionista de la última parte, donde opone el ímpetu gestor de los levantinos frente a lo que él ve como abandono de los castellanos, que parece como que se están dejando morir. Parece muy injusto, en esos trazos tan gruesos: es repulsivo de hecho el tonillo.
A mí lo que más me gustó fueron las páginas más serenas, de reflexiones vitales del narrador, sus cartas a Pepita, sus protestas de desilusión, de falta de opiniones fuertes, de abandono. Es un tono no quejoso, es sereno, llamativo en su compostura.
Por otro lado, no sé qué hacer con las descripciones que hace, tan detalladas, con ese estilo asindético, de frases cortas: son muy bonitas algunas. En otras, me parece que abusa de un léxico que al menos cien años después nos hace opacas esas páginas, a no ser que cada pocas líneas nos vayamos a Google o similar, a que nos lleven al DRAE, a ver qué es eso por ejemplo de los relejes.

No hay comentarios:
Publicar un comentario