Mi lectura de Proust está siendo rocambolesca. Hace ya casi diez años, en viajes que hacíamos en coche, fui oyendo a mi copiloto leerme entero el primer volumen, Por el camino de Swann, de En busca del tiempo perdido. Fue toda una experiencia y lo disfruté mucho: es un autor para oírlo, también, esas frases que se encadenan, ese ritmo tan perfecto, esa cámara lenta a la hora de describir el más mínimo estado anímico, los vaivenes de la percepción, lo que se va encontrando en el paisaje, en las casas.
Ahora me puse a leer el segundo, A la sombra de las muchachas en flor, pero empecé por la página 260, pensando que ya había leído meses antes las páginas anteriores. Fue una confusión absurda, seguramente porque puse un separador ahí y porque había empezado con las primeras páginas, pero muy pocas, porque me había costado entrar en ese mundo de Proust al empezar a leer. Ahora, en cambio, lo he leído con interés continuo. Al llegar al final, no conseguía recordar nada de las primeras 260 páginas así que me puse a leer desde el principio y descubrí que no las había leído. Todo absurdo. He leído primero sobre Balbec y las muchachas que el narrador observa allí y luego he empezado con la atención que presta a Gilberte Swann.
Se podría resumir el libro así: una cena con un diplomático, visitas a la casa de los Swann en Paris, un veraneo en Balbec, todo esto en más de seiscientas páginas. Es prodigioso, a mí me asombra cómo consigue escribir de ese modo, en párrafos que ocupan páginas, en frases de decenas de líneas, sin ser nunca cansino (a veces hay que tener un poco de paciencia, es verdad), siempre original, con una disección de la interioridad impresionante.
Esa manera de ver el mundo tan desde la intimidad del escritor corre el riesgo de una visión muy limitada, quizá la mayor debilidad de fondo del conjunto. Todo lo vemos desde los ojos del narrador, que parece moverse por obsesiones. La moralidad es así una cuestión de impulsos: hiperestesia en un modo de códigos de modales fascinantemente complejos y una moralidad muy dudosa, una doble moral, que solamente se deja ver en dos páginas sueltas.
Dediqué un verano a la lectura de las siete partes y disfruté muchísimo,en general. Hubo partes que se me hicieron más cuesta arriba y algún pasaje de desagradó. Recuerdo con deleite dos escenas, de más de cincuenta páginas cada una. La primera, cuando va a cenar a casa del duque de Guermantes y la segunda es una matiné en casa de Madame de Villeparisis. Es fantástica esa morosidad en el hilo narrativo, solo comparable al modo de tocar, casi con cuentagotas, de Glenn Gould en su segunda grabación de las Variaciones Goldberg: una lentitud prodigiosa.
ResponderEliminarLo veo, esa posibilidad de leer eso así, todo seguido, en un verano.
Eliminar¿"Una lentitud prodigiosa", Glenn Gould? Sus V.G. de 1981 (51 min) con relación a su versión de 1955 (39 min), sí. Pero sus últimas V.G. comparadas con otros pianistas, son muy rápidas, y como siempre en él, demasiado rápidas. Las de Rosalyn Tureck , de quien Gould aprendió a tocar a Bach y que fue el único pianista que Gould admiraba tocando al amigo Juan Sebastián, duran entre 74 y 94 min (ha grabado varias versiones en sus más de 60 años de carrera - casi enteramente dedicada a Bach), las de András Schiff 76 min, las de Baremboim 80 min, las de Sokolov 86 min, las de A.Staier 79 min, etc, etc.
EliminarLas lentísimas y bellísimas Variaciones Goldberg de Rosalyn Tureck en 1957:
https://www.youtube.com/watch?v=bOrmEMqW714
"es un autor para oírlo, también, esas frases que se encadenan, ese ritmo tan perfecto, esa cámara lenta a la hora de describir el más mínimo estado anímico, los vaivenes de la percepción, lo que se va encontrando en el paisaje, en las casas."
EliminarPues qué dirías si lo leyeras en francés...
À la recherche du temps perdu, lu par Jean-Louis Trintignant
https://www.youtube.com/watch?v=4kHo6LelhfU
Muchas gracias por la discografía. Me pondré a escucharlas.
EliminarGould es un pianista aburridísimo y pedante.
EliminarCuántos rostros inacabados en Sorolla
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