viernes, 22 de abril de 2011

Rey de burlas

Las mejores páginas del Jesús de Nazaret II de B16 son las que dedica a la función vicaria en la historia de las religiones: “el mal debe ser expiado, restableciendo así la justicia. Pero se descarga sobre otros el castigo, la desgracia ineluctable, y se trata de ese modo de liberarse a sí mismo" (p. 203-4). 
Continúa explicando que no colma esa ansiedad de expiación ni la sustitución con sacrificios animales ni humanos. Se refiere a Moisés como figura que carga con el pecado del pueblo (Ex. 32, 32). Señala la importancia de Isaías 53. Y el valor de la profecía involuntaria de Caifás de que conviene que uno muera por el pueblo.

Y estos son los párrafos más impresionantes que le he leído a B16 hasta la fecha:
Los soldados juegan cruelmente con Jesús. Saben que dice ser rey. Pero ahora está en sus manos, y disfrutan humillándolo, demostrando su fuerza en Él, tal vez descargando de manera sustitutiva su propia rabia contra los grandes. Lo revisten –a un hombre golpeado y herido por todo el cuerpo- con signos caricaturescos de la majestad imperial: el manto de color púrpura, la corona tejida de espinas y el cetro de caña. Le rinden honores: “Salve, rey de los judíos”; su homenaje consiste en bofetadas con las que manifiestan una vez más todo su desprecio por él.
La historia de las religiones conoce la figura del rey-pantomima, similar al fenómeno del “chivo expiatorio”. Sobre él se carga todo lo que aflige a los hombres: se pretende así alejar del mundo todo eso. Sin saberlo, los soldados hacen lo que no conseguían aquellos ritos y costumbres: “Él soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados” (Is 53, 5). Jesús es llevado con este aspecto caricaturesco a Pilato, y Pilato lo presenta al gentío, a la humanidad: Ecce homo, “¡Áquí tenéis al hombre!” (Jn 19, 5). (…)
“Ecce homo”: esta palabra adquiere espontáneamente una profundidad que va más allá de aquel momento. En Jesús aparece lo que es propiamente el hombre. En Él se manifiesta la miseria de todos los golpeados y abatidos. En su miseria se refleja la inhumanidad del poder humano, que aplasta de esta manera al impotente. En Él se refleja lo que llamamos “pecado”: en lo que se convierte el hombre cuando da la espalda a Dios y toma en sus manos por cuenta propia el gobierno del mundo.
Pero también es cierto el otro aspecto: a Jesús no se le puede quitar su íntima dignidad. En Él sigue presente en Dios oculto. También el hombre matratado y humillado continúa siendo imagen de Dios. (p. 202-3)

8 comentarios:

  1. Extraordinario, muchas gracias. Voy un poco por detrás de ti en la lectura y ya iba notando un temple girardesco de impresión y, sobre todo, viceversa, un deseo muy grande de que René G. esté bebiéndose este libro.

    Y hoy tu blog está lleno de sutilezas: la leve etiqueta de Girard en esta entrada, sin nombrarlo, pero sobre todo cómo recompones el chiste de El Roto, que nada más que con tu link se redime y se llena de piedad. Y nos llena de piedad: qué deseos de ser ese casette en el vacío.

    ResponderEliminar
  2. Enrique, tú sí que redimes el chiste de El Roto: yo me había quedado en el tema de la soledad, pero sin mucho más: hacer de casette, eso sí que está bien.

    ResponderEliminar
  3. Ciero, cierto, cierto. Alguna vez me he preguntado si Girard habrá llegado a leer "Introducción al cristianismo" (1968) del entonces cardenal Ratzinger, en concreto: "El principio constitutivo del sacrificio no es la destrucción, sino el amor. En cuanto que el amor rompe, abre, crucifica y divide, todo esto pertenece al amor como forma del mismo en un mundo marcado con el sello de la muerte y del egoísmo". P. 252.
    Con respecto a ¿Verdad o fe débil? me ha llamado la atención cuando Girard responde a una pregunta del público sobre Jesús como juez: "Las interpretaciones teológicas y eclesiásticas del cristianismo transforman efectivamente a Jesús en un juez, esto es, más o menos, exactamente lo contrario de lo que él es". Luego intenta justificar ese carácter judicial "per posteriora": si no hubiese también esa interpretación judicial no tendríamos la Divina comedia, y sin el aspecto punitivo el cristianismo perdería su fuerza. Vale, pero creo que hay que ir a buscar una teología más profunda, y vuelvo al libro de Ratzinger: ""de allí vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos". Sabido es que en los círculos espirituales donde nació el símbolo, sobrevivía todavía la herencia primitiva; las afirmaciones sobre el juicio se unían naturalmente con el mensaje de la gracia. Al afirmar que quien juzgaba era Jesús, el juicio se tornaba en esperanza. (...) Esto nos nuestra dónde hemos de colocar el acento en nuestro texto: el que juzga no es, simplemente, como podría esperarse,Dios, el infinito, el desconocido, el eterno. Dios ha puesto el juicio en manos de quien es, como hombre, nuestro hermano. No nos juzgará un extraño, sino el que hemos conocido en la fe. No saldrán a nuestro encuentro el juez totalmente otro, sino uno de los nuestros, el que conoce íntimamente el ser humano, por que lo sufrió". pp. 286-7. Y que conste que soy girardiano, y que voy siguiendo sus pasos.
    Por cierto, eso de "uno de los nuestros" hace acorde con el "uno de los nuestros" de Conrad en Lord Jim. La diferencia es que, Jim, como héroe romántico es trágico, y no puede salvarnos (por eso Marlow queda indeciso en su valoración final sobre el valor salvífico del mito en que se ha convertido Jim). Puede ser símbolo de nuestra tendencia ascendente hacia lo noble, lo sublime; pero Jim, ya convertido en este tipo de mito, es totalmente superado por El que viene de arriba.
    Gracias por sacar el tema.

    ResponderEliminar
  4. Vaya, muchas gracias: es un diálogo impresionante el de Girard y Ratzinger, explícito o implícito.

    ResponderEliminar
  5. Siguiendo con la exposición de Mora Fandos, el otro día me topé con este texto que insiste en lo mismo:

    "Cierto que de todas nuestras culpas hemos de rendir estrecha cuenta al etermo Juez; pero y ¿quién será este nuestro Juez? El Padre (...) todo juicio lo ha dado al Hijo. Consolémonos, pues, ya que el Eterno Padre ha puesto nuestra causa en manos de nuestro mismo Redentor. San Pablo nos anima con estas palabras: ¿Quién será el que condene? Cristo, Jesús, el que murió (...) es quien (...) intercede por nosotros (Rom 8,34). ¿Quién es el juez que nos ha de condenar? EL mismo Salvador que, para no condenarnos a muerte eterna, quiso condenarse a sí mismo y, en consecuencia, murió y, no contento con ello, ahora en el Cielo prosigue cerca del Padre siendo mediador de nuestra salvación" (Práctica del amor a Jesucristo, cap. 3)

    ResponderEliminar
  6. Ángel, te puede interesar esto, L'Osservatore Romano reseña lo que acaba de salir en francés de Girard, pero es un coloquio de 1988: http://www.osservatoreromano.va/portal/dt?JSPTabContainer.setSelected=JSPTabContainer%2FDetail&last=false=&path=/news/cultura/2011/092q11-Se-l-etnologo-scompagina-l-accademia.html&title=Se%20l%E2%80%99etnologo%20scompagina%20l%E2%80%99accademia&locale=it

    ResponderEliminar
  7. Del artículo de De L'Osservatore Romano me interesa mucho la referencia a Burkert, que ya me gustaría a mí que superase la fase Lorenz para llegar a la fase Girard.
    Y de la Práctica del Amor a Jesucristo me gusta todo el texto, que me recuerda mucho a
    esto que le dijo un obispo de Ávila a san Josemaría

    ResponderEliminar
  8. Muy de acuerdo con lo de Burkert, y esa frase que citas del obispo me ha gustado mucho, la leí hace mucho tiempo y se me quedó. A más verdad, más surco queda.
    ¡Feliz Pascua, Ángel!

    ResponderEliminar