Hace dos años salí de Viena con la herida de no poder ver el Kunsthistorisches Museum, literalmente Museo de Historia del Arte de de Viena, más que a la carrera. Esta vez el primer día que pude ir a Viena se lo dediqué en exclusiva, mientras los demás visitaban la ciudad.
(foto de Andrés, enlazada de aquí)
Casi al principio estaba ya (después de descubrir que tenían el retrato de Gluck, muy bueno), en la sala de pintura española. Y allí la primera conmoción del día, el retrato de Felipe Próspero, con aquellas manitas casi de muñeco y esa mirada de un niño de dos años rodeado de amuletos porque va a morir a los cuatro.
No estaban los dos cuadros de las infantas: miré en las salas de al lado y tampoco. Pregunté y me dijeron que uno estaba en Japón y el otro, cosas de la vida, en Barcelona. Estuve tentado de pegarme golpes con las paredes, pero me sobrepuse: tenía muchas maravillas que ver: un Bautismo de Cristo de Perugino con el agua azul y los montes azules, la Virgen de la Pradera de Rafael, tres cuadros prodigiosos de Giorgione (Laura, de mirada misteriosa, el Muchacho con flecha y Los tres filósofos), una Mujer en el baño de Giovanni Bellini con un prodigioso jarro de cristal en la ventana.
Y unos cuantos cuadros de Tiziano, entre ellos la Virgen de los gitanos y el Bravo. Y toda la colección de cuadros de Brueghel, los de las estaciones (el de Los cazadores en la nieve -y me fijé en los pájaros, claro. Me sorprendió el del otoño -este especialmente- y me gustó también el del día oscuro antes de primavera). Y qué tristes todos, también el de los niños jugando, el de la lucha entre la cuaresma y el carnaval, el de la Crucifixión y hasta el del Baile de campesinos.
Y, zas, un retrato maravilloso de Juana la Loca de Juan de Flandes.
Y de Jan van Eyck, el joyero Jan de Leeuw.
Y la segunda conmoción del día, de Rogier van der Weyden, el tríptico de la Cruz.
Y qué buenos los retratos de Holbein el Joven. Y Cranach.
Y mi descubrimiento del genio de Anthonis van Dyck.
Y la extraordinaria colección de cuadros de Rubens, la tercera conmoción: cada vez me gusta más Rubens, es maravilloso, es tierno, es comprensivo, es grandioso, es humano. Además de los gigantescos cuadros (5,35 x 3,95 m) de san Ignacio y san Francisco Javier, los otros, como por ejemplo el retrato de Helena Fourment con pieles. Pero Rubens es para verlo en directo, en fotos siempre pierde (a diferencia de gente como Klimt, que en directo pierde).
Y los tres autorretratos de Rembrandt: otro grande de los grandes.
Y todavía tenía que ver la colección de antigüedades grecorromanas, que dio para mucho también.
Y todavía tenía que ver la colección de antigüedades grecorromanas, que dio para mucho también.
No hay comentarios:
Publicar un comentario