De conventos e iglesias (II)
Por fin llegamos a las puertas del convento de san Plácido: otra vez cerrado. En el portal, un timbre igual al de nuestra casa de Castrojeriz: circular, negro, con un botón rojo en el medio. Todo contento llamé y hacía el mismo zumbido metálico; al poco, se asomó una monjita a un ventanuco cuadrado y le debí de dar pena diciendo que venía de Santiago, así que nos abrió la iglesia; estaban dos limpiando, las dos viejísimas, encorvadas y pequeñísimas.
Y la iglesia tenía un impresionante cuadro de Claudio Coello en el retablo, imágenes de Manuel Pereira (el que hizo el san Bruno de la Cartuja de Miraflores) y el yacente de Gregorio Fernández (los pliegues como de hojalata) en un lateral, muy bueno, aunque no tanto como esperaba (el que todo el mundo dice que es el mejor es el que está en El Pardo). También tenían una Virgen del Socorro, como las de su misma marca de Santiago: benedictinas. Me preguntó varias veces por si las conocía y tuve que decir que personalmente no; me ofrecí a mandarle la postal con la imagen de la Virgen de Santiago, pero no parecía muy interesada. Detrás, había una copia del Cristo de Velázquez: resulta que Godoy, el muy, se llevó el original de allí.
Luego fuimos al convento de la Encarnación. Me gustó menos que las Descalzas Reales, pero tenía el encanto de que estuvo unido al Alcázar Real por una pasarela: estancias de palacio donde estuvieron los Austrias, retratos de los reyes, arcones, suelos de baldosas rojas. Tenían otro yacente de Gregorio Fernández y un Cristo atado a la columna, pero no me conmovieron: el momento, que llovía, no sé. Antón y yo nos hacíamos gestos como si fuéramos del comando SWAT para señalarnos cosas llamativas, ya que estábamos metidos en la visita guiada y no podíamos hablar.
Me quedo con el recuerdo de la sala de reliquias: 700 nada menos: brazos, calaveras, una ampolla de sangre de San Pantaleón que se licúa el día de su fiesta. En el centro de la sala, en un prodigioso templete de metal y cristal tallado, una figura de Cristo que me recordó a otra del Museo Diocesano de Valladolid, un trozo de viña con un cierto parecido a un Cristo: que se escandalicen los cartesianos.
Acabamos en san Ginés: la Virgen de la Cabeza, la Virgen de Valvanera, una especie de competición de vírgenes regionales. Por media hora nos quedamos sin ver un cuadro del Greco.
¿Y qué me dices del San José que hay en San Ginés? Mi favorito, junto con el de San José en la C/ Alcalá, y el de la Concepción de la C/ Goya.
ResponderEliminarHoal Angel, he creado un blog, ya soy guay, jajaja. Un abrazo amigo.
ResponderEliminarYo también prefiero el monasterio de las Descalzas; te gustarían (te gustarán) algunos conventos de clausura sevillanos: distintos (la Corona es —era— la Corona...) pero encantadores. Y has estado también en San Ginés, que no sé por qué pero me encanta, con la Virgen de Valvanera, Sol de La Rioja. Ah, aunque yo no he estado me recomiendan San Antonio de los Portugueses (o de los Alemanes): Corredera Baja de San Pablo, 16.
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