A la caza de imágenes de Gregorio Fernández aparecí el viernes por la mañana por una zona no muy recomendable de Madrid, un auténtico memento mori: entre huellas de putrefacción física y moral conseguí llegar a san Plácido, pero estaba cerrada. Ya me habían dicho que el convento de La Encarnación no abría -era la fiesta de La Almudena-, pero fui a comprobarlo, y así era. Iba a marcharme a pasear al Retiro (¡el Retiro en noviembre con sol!) pero ya que estaba entré a los jardines de Sabatini: bueh, bah, todo hoja perenne.
Por la plaza de Oriente se estaba bien; había mucha gente de paseo matinal. Pasé deprisa a los/las mimos y a los barquilleros y vi que en la explanada de la Catedral había una ofrenda de flores a la Virgen de la Almudena, como me suena que hacen a la Virgen de los Desamparados en las Fallas (todas estas costumbres son de antesdeayer, así que si esta es nueva a mí me da igual; yo no voy buscando por ahí las esencias, lo auténtico o lo primigenio).
Lo caso, como decía uno de una autoescuela de aquí, es que había mucha gente que llevaba ramos; unos chavales con pinta de muy buena gente los cogían, le decían algo cariñoso a los niños y los colocaban en unas gradas a los lados de la imagen de la Virgen. Ahí me quedé parado un buen rato. Al poco, unas niñas se acercaron al micrófono y a coro rezaron un avemaría entre risas, por los nervios, por oírse en el altavoz, porque estaban contentas: yo hubiera grabado la escena para explicar lo que es la devoción a la Virgen para un católico. A mi lado, una familia de filipinos se hacía una foto: había tres niños pequeños con cara de sueño, uno con gafas redondas azules. Pasaron dos niñas vestidas de chulapas, una la típica niña china adoptada. Yo me metí en la Catedral, pensando ver el retablo de la Virgen, pero estaba hasta los topes. Recorrí una nave lateral en fila y salí a la plaza donde está la estatua de Juan Pablo II: un matrimonio indito (Ecuador, Perú, por ahí) con un niño renacuajo se hacía allí una foto.
Bajé un poco y por la Calle Mayor vi venir a veinte o treinta hombres y mujeres como sacados de las llanuras de cereales de Minnesota: los hombres con chalecos negros y camisas blancas, las mujeres con faldas hasta los pies y corpiños, tipo nórdico la mayoría, con pelo rubio y moño ensaimada. Los seguí, en atención a los lectores de este blog: todos tenían su cámara: hacían fotos; la gente les hacía fotos. Vi que un hombre del grupo repartía un papel y me acerqué: sí, eran de uno de esos grupos protestantes pero modalidad utopía rural ludita que invitaban a reuniones en un hotel para 'hablar de Cristo'. Dejé de seguirles, volví a donde las flores, que se estaba muy bien allí. Para que conste, había un centro de flores del Real Madrid.
Y me tuve que ir, que había quedado a comer con un amigo.
Por la plaza de Oriente se estaba bien; había mucha gente de paseo matinal. Pasé deprisa a los/las mimos y a los barquilleros y vi que en la explanada de la Catedral había una ofrenda de flores a la Virgen de la Almudena, como me suena que hacen a la Virgen de los Desamparados en las Fallas (todas estas costumbres son de antesdeayer, así que si esta es nueva a mí me da igual; yo no voy buscando por ahí las esencias, lo auténtico o lo primigenio).
Lo caso, como decía uno de una autoescuela de aquí, es que había mucha gente que llevaba ramos; unos chavales con pinta de muy buena gente los cogían, le decían algo cariñoso a los niños y los colocaban en unas gradas a los lados de la imagen de la Virgen. Ahí me quedé parado un buen rato. Al poco, unas niñas se acercaron al micrófono y a coro rezaron un avemaría entre risas, por los nervios, por oírse en el altavoz, porque estaban contentas: yo hubiera grabado la escena para explicar lo que es la devoción a la Virgen para un católico. A mi lado, una familia de filipinos se hacía una foto: había tres niños pequeños con cara de sueño, uno con gafas redondas azules. Pasaron dos niñas vestidas de chulapas, una la típica niña china adoptada. Yo me metí en la Catedral, pensando ver el retablo de la Virgen, pero estaba hasta los topes. Recorrí una nave lateral en fila y salí a la plaza donde está la estatua de Juan Pablo II: un matrimonio indito (Ecuador, Perú, por ahí) con un niño renacuajo se hacía allí una foto.
Bajé un poco y por la Calle Mayor vi venir a veinte o treinta hombres y mujeres como sacados de las llanuras de cereales de Minnesota: los hombres con chalecos negros y camisas blancas, las mujeres con faldas hasta los pies y corpiños, tipo nórdico la mayoría, con pelo rubio y moño ensaimada. Los seguí, en atención a los lectores de este blog: todos tenían su cámara: hacían fotos; la gente les hacía fotos. Vi que un hombre del grupo repartía un papel y me acerqué: sí, eran de uno de esos grupos protestantes pero modalidad utopía rural ludita que invitaban a reuniones en un hotel para 'hablar de Cristo'. Dejé de seguirles, volví a donde las flores, que se estaba muy bien allí. Para que conste, había un centro de flores del Real Madrid.
Y me tuve que ir, que había quedado a comer con un amigo.
Los conventos y las iglesias sismpre están cerrados cuando uno llega. Qué le vamos a hacer.
ResponderEliminarLo de San Plácido me sorprende porque suele estar abierta siempre. Incluso los sábados a mediodía, te lo digo porque no hace tanto que, de camino a un tipiquísmo restaurante de la zona, en el que había quedado para comer, entré. Y era un sábado a las 2 y media de la tarde.
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