Torrelobatón, La Santa Espina, San Cebrián de Mazote, Urueña, Villagarcía de Campos (y III)
Tengo que acabar de contar esta excursión, porque ya han pasado diez días y está haciendo tapón para el montón de cosas que comentar, pero el hecho es que entre escribir y ver estoy eligiendo lo primero: menos blog y más disfrute. Ya habrá tiempo para escribir. Nunca pensé que disfrutaría tantísimo en Valladolid.
Bien: volvimos a San Cebrián de Mazote. Ahora sí que estaba abierta: columnas de mármol frías, capiteles romanos, los arcos que los mozárabes hicieron aquí, en plena tierra de Campos, en siglo X. La chica que atendía la iglesia fue muy amable; se veía que sabía: nos aclaró algunas dudas.
Y bastaba esa visita para que la excursión fuera memorable: una iglesita perdida, pero qué bien.
De allí, pensando en ir a Medina de Rioseco, paramos en Villagarcía (de Campos). Yo sólo había estado una vez, y fuera, así que la visita acabó siendo una conmoción; no estaba en absoluto preparado para lo que vi: una iglesia majestuosa, esculturas inolvidables de Gregorio Fernández (y meritorias de Pedro de Sierra, en la capilla relicario), una colección de ornamentos litúrgicos como nunca la había visto. Había un san Jerónimo igual al de Carducho en Castrojeriz.
Llegamos a un edificio muy feo, el colegio que hicieron los jesuitas en 1959, cuando recuperaron la propiedad, que perdieron con la expulsión (había en una pared un relato de un testigo de entonces, contando cómo los ¡ochocientos! novicios fueron reunidos en una sala para la expulsión, con un gran miedo, sin saber qué iba a pasar. Me acordé de Azara y Mr. Quaker, claro). De la puerta salía un paseo con árboles, que recorrían en soledad y a trechos varios jesuitas muy mayores. Si yo fuese más atrevido me hubiera ido a decirles que me contasen cosas de sus vidas, pero me limité a mirarles. Daba como pena verles, y admiración, porque seguro que han pasado por mil y una. El que estaba en la portería nos dijo que iban disminuyendo, pero con una sonrisa, ya de vuelta de muchas cosas. La señora que nos enseñó el edificio era también muy competente: iba explicando muy bien, y sobre todo a las niñas de un matrimonio que se había unido a la visita. Qué bien, qué suerte poder ver cosas tan hermosas.
Pero que vaya bien que me lo estoy pasando.
Qué suerte poder oírlas.
ResponderEliminarPero madre mia!
ResponderEliminarVaya vacaciones que te estás pegando...
Saludos!
En Villagarcía, a mediados del siglo XVIII, hubo una imprenta a cargo de los jesuitas en que se imprimían obras destinadas al aprendizaje y estudio de los clásicos grecolatinos. Tipográficamente deben ser interesantes (lo supongo, porque yo no he visto ninguna). ¿Habrá estudiado algún filologo clásico dicha prensa? Azara en su biblioteca romana tuvo dos títulos salidos de dicho lugar, ambos del padre José Petisco: una Gramatica griega y una Historiae e libris Ciceronis depromptae et notulis illustratae, ambas publicadas en octavo el año 1758. En Villagarcía estudió y residió el padre Isla, cuyas cartas familiares son deliciosas, antes de marchar a Compostela.
ResponderEliminarEstudió algo Concepción Hernando en Helenismo e ilustración en el siglo XVIII.
ResponderEliminarNo sabía que el padre Isla se hubiera ido a Compostela: mi ignorancia galáctica del siglo XVIII.