Hace dos días fuimos a ver a mi madre al pueblo en el que nació y donde está pasando unos días. Nosotros veraneábamos allí, al lado de Silos, pero yo me aburría de pequeño: no había tele. Ahora daba ganas de quedarse eternamente, en una especie de Nirvana castellano.
Yo salí con el CR hasta Burgos y desde allí marchamos con mi abuela y mis hermanas. Hablamos de los truños que han visto por culpa de su gran conciencia social: películas afganas, iraníes, coreanas, todas de temáticas que se podrían denunciar por inducción al suicidio. Ahí se acordó Eva de aquella vez en que se encontró a la salida de una película de esas, pero especialmente depresiva, con uno que le sonaba: empezaron a hablar y resultó que era un vecino que había matado a su tía a golpes. Nos dio un ataque de risa recordándolo y mi hermana condujo todavía más despacio (si cabe) un poco por el miedo que le daba acordarse y otro poco porque no podía ver de las lágrimas de risa.
Estábamos contentos: de estar juntos, de ir al pueblo a ver a mi madre, de la mañana con nubes como deshilachadas y el sol que salía entre ellas, de estar de vacaciones.
Al llegar a la casita, que fue de mis bisabuelos, vimos a mi madre, que allí se transforma: qué contenta estaba de estar allí y de que estuviéramos allí. Ya había hecho huevos rellenos y el pollo estaba a punto de ser inmolado en el horno (nuevo). Eva se puso a hacer tartas, para variar, y Marga a ordenar un altillo, que casi podríamos convertir en museo familiar: allí estaban los Hollister, los Tres Investigadores, varias series de Enid Blyton. Estaban los trofeos de Misión Rescate, un concurso escolar de TVE que ganó varias veces mi padre. Había también unos diseños que hicimos en un aula de cerámica que había en la escuela.
Comimos a gusto, con hambre, comentando la jugada, con un vino ecológico que estaba bueno y que había dejado allí mi cuñado. Se habló de un sermón de un cura hijo del pueblo, que había sido polémico: a propósito de la Asunción habló de la importancia de las mujeres en la vida familiar, ilustrando esta tesis -que no necesita demostración- con su experiencia en Togo. Por lo que parece el sector masculino del pueblo se picó, aunque otros hablan de que se había alargado mucho. Ya veis: un pueblo en el que se discuten los sermones. Yo recuerdo hace años las polémicas en casa con los sermones de Ventura, un jesuita hijo del pueblo, que se ladeaba a la izquierda.
A los postres, unos primos de mi madre, primos o tíos nuestros, nunca lo he tenido claro. El marido es mi único familiar gallego (autóctono), de Palas de Rei (como Pepiño Blanco); responde al estereotipo: habla poco (y muy cerrado), pero con retranca cuando lo hace.
Luego, la tradicional partida de subastao: yo mirando.
Al final de la tarde, nos dio tiempo a ver a mis tíos, que llegaban entonces. Mi tío venía emocionado de hacer un tramo del Camino de Santiago: tenía la cara transformada. Mi tía en cambio traía el brazo en cabestrillo, de una caída. Me dijo que no pusiera nada de eso en el blog, y lo prometido es deuda.
¡Qué delicia leer esto, ARP!
ResponderEliminar¡Me has puesto de buen humor!
ResponderEliminarHombre, a mi cada vez me gustan más las películas de Stan Laurel y Oliver Hardy (el gordo y el flaco), pero algo de "catarsis" de vez en cuando tampoco viene mal.
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