Nos salió un día precioso de principio de invierno, con predominio del sol y a intervalos celajes de nubes y hasta su momento de niebla -pero nada más un ratito. Era un cielo especialmente bonito, azul, pero deslavado (es una palabra que había usado mi hermana Eva y yo no oía hace años: significa "lo que ha perdido fuerza, vigor, sabor"; yo lo uso aquí por "desvaído").
Salimos de Burgos y fuimos primero a Quintanilla de las Viñas, que yo había visitado a toda velocidad hace unos diez años. Paramos primero en un cobertizo que cubría unos agujeros en la piedra que resultaron ser huellas de dinosaurios.
A todos nos sorprendió luego encontrarnos un pueblo antes de la ermita: se nos había borrado de la memoria completamente. Solamente recordábamos la iglesita. Hacía sol y fresco y rodeamos el edificio mirando los relieves, asombrados otra vez de que sobrevivan. Ya puse hace años fotos, ahora también lo haré, por la alegría de volver a ver esos primores de lo primitivo:
Aquí se ve que el relieve es de un lado de un bloque de piedra muy grande:
Más relieves por las otras paredes:
Una delicia. De allí nos fuimos a Misa a Salas, a la iglesia de santa María, que tenía un retablo renacentista bonito:
De allí nos fuimos a Quintanar de la Sierra, que no nos llamó mucho la atención (la iglesia era muy pobrecilla, la pobre); por no haber, ni pan del día había. Pasamos de vuelta por Palacios y en Castrillo de la Reina vimos los restos de la iglesia rupestre de Santiuste. El paisaje por todo el camino era precioso:
Yo disfruto una barbaridad de estas excursiones con mi madre, Eva y Marga: nos las tomamos como una fiesta, todo lo que nos encontramos es como un premio. Y acabamos comprando pan en Salas para culminar la mañana.
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