Estos días en Burgos ganamos al parchís, cinco a tres (o quizá fue cuatro a tres). No es la primera vez, como pude comprobar buscando en este mismo blog, donde queda constancia para los siglos de otras victorias nuestras. No sabéis la alegría que da ganar una partida, es tremendo.
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Estuvimos en una gala de una televisión de Burgos porque habían seleccionado a mi sobrina entre los posibles deportistas merecedores del premio: al fin se lo dieron. El acto fue como los Oscar, pero a escala burgalesa. Al principio casi nos congelamos por la corriente, avanzado el acto me recorrió un escalofrío cuando dijeron que iban a hacer intervenir al público y al final lo que queríamos era que aquello se acabara de una vez.
El acto me dio para pensar que me puedo quejar de Santiago, pero quizá podría también hacer una filípica sobre Burgos, la ciudad en la que nací, en la que pasé las Navidades de pequeño, donde estudié el bachillerato y a la que vuelvo porque están mi madre y mis hermanas allí. Algo comenté sobre el particular y mi cuñado dijo que no me hiciera un Burgos-hater. No, no, aunque podría decir que hay zonas de la ciudad bastante feas, que en el casco antiguo tiene casas que hubiera estado bien tirar, más que conservar, que el rebranding de la ciudad en torno a Atapuerca a mí me da mil patadas. Hubo un día, que hacía un frío increíble, que eché de menos la suavidad del tiempo en Santiago. Así que ahí me tenéis, quejándome por todo: la queja trae descrédito, dice Gracián y me lo tengo que aplicar, así que mejor me paro aquí, que uno no puede estarse así todo el día: mejor agradecer tantas cosas buenas que tenemos, también en Santiago y en Burgos.
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