lunes, 17 de junio de 2024

El amor a las letras y el deseo de Dios

He leído por fin este libro, El amor a las letras y el deseo de Dios, de Jean Leclerq, aunque en cierto modo se podría decir que ya lo conocía. Ha sido como una relectura, porque ya había leído la Poética del monasterio de Armando Pego y, en cierto modo también está presente, creo, en la Guía espiritual de Castilla de José Jiménez Lozano.

Esta lectura me dejará, espero, una huella honda. Me ha hecho cambiar mi perspectiva sobre la historia del saber o del sentido de la historia como un progreso en el conocimiento. Inconscientemente, podía estar atrapado en esos ideales ilustrados que han llegado a su paroxismo paródico en instituciones como la Aneca, que miden el saber por impactos.

Este libro trata del amor de Dios en la vida monástica, que es también amor a las letras pero no amor a la erudición. Es amor a los clásicos también, pero no sumisión a cánones de belleza pagana o medieval: es todo al servicio de la contemplación amorosa de Dios. Os lo recomiendo vivamente, es uno de esos libros que hacen ver las cosas de otro modo.

Por dar una pincelada, mirad lo que dice sobre un posible "humanismo monástico":

Si el humanismo consiste en estudiar a los clásicos por sí mismos, en centrar el interés en el tipo antiguo de humanidad de que son testimonio, los monjes medievales no son de ningún modo humanistas. Pero si el humanismo radica en estudiar los clásicos por el bien del propio lector, para permitirle enriquecer su personalidad, son humanistas de una pieza. (...) Les deben, en primer lugar, un cierto gusto por lo bello. (...) Los monjes medievales no eran anticuarios, ni bibliófilos, ni menos aún tenían mentalidad de coleccionistas (...). No eran pedantes, ni estetas, pero vivieron intensamente. (...)

Ciertamente, no conservaron texto alguno que no les encantara por su belleza. Si leyeron y copiaron a Ovidio, es porque sus versos son admirables. Sacaron alguna vez lecciones morales de esos autores, pero, gracias a Dios, no se veían reducidos a tener que solicitárselas. Deseaban los goces del espíritu; no desecharon, pues, lo que en aquéllos se les ofrecían. Si transcribieron los textos de los clásicos, es simplemente porque los amaban. Amaron los autores del pasado, no porque pertenecieran a ese pasado, sino porque eran bellos, de una belleza que desafía los siglos. Su cultura fue siempre inactual y, por eso precisamente, fue siempre influyente (180-181).

No hay comentarios:

Publicar un comentario