Tras Pedrito de Andía, volví atrás, al antecedente claro, las Pequeñas memorias de Tarín, que escribió Sánchez Mazas en 1915, un libro de estructura muy compleja, al que da unidad un "editor" que incluye ahí las memorias infantiles del protagonistas, pero también las de un tío suyo y otros textos. El objetivo parece ser la naturalidad, el no caer en angelismos ni memorias heroicas, sino contar con finura la vida de un niño que va creciendo, y que pasa un tiempo en un internado.
El “editor” reflexiona sobre “Memorias ejemplares de colegio”. Están las del muchacho bueno que quiere ser mejor y lucha contra las tentaciones y va mejorando, como un modelo de santidad juvenil. El otro tipo es el que ya muy de niño destaca en todos los conocimientos “El niño es un prodigio. A los diez años sabe mineralogía, botánica y un poco de álgebra; a los once, electrotecnia, latín y griego (…)En la parte de las Memorias propiamente dichas está esta descripción de las aulas del colegio:
Las clases
La de geometría era una nevera. Nunca daba el sol. La de preceptiva era destartalada y sucia, pero el P. Magalhaes hacía estudiar poco, contaba historias y se pasaba bien. La de latín era muy clara y daba al monte. La de francés era nueva y muy antipática. Pero ninguna como la de dibujo, llenas de muestras las paredes, con tableros y yesos, mucho sol, ventanas abiertas al jardín y tertulia perpetua (97).
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