martes, 11 de julio de 2023

Celia en la revolución

Hace tiempo que tenía la idea de leer Celia en la revolución, de Elena Fortún. Lo recomendaba mucho Andrés Trapiello, que lo tiene entre lo que él considera como muestra de una Tercera España de la que serían partícipes figuras como Manuel Chaves Nogales, Clara Campoamor o José Castillejo.

No es un libro de niños, son las memorias de la Guerra Civil de la autora, pero con la mirada y la expresión de una niña de 14 años al comenzar la guerra: me parece un error de verosimilitud poner a Celia paseándose por Madrid y luego por Valencia, Albacete y Barcelona como si nada, ella sola. Mejor hubiera sido una mujer adulta o ya directamente unas Memorias de la autora, que aquí prácticamente lo que hace es una transposición de su experiencia al formato en el que quizá se sentía más cómoda, una novela con mucho diálogo, en la que mete artículos sobre temas que le interesaban como la escuela igualitaria o la cocina de guerra.

Ha sido una lectura dolorosa, porque lo que cuenta es tremendo: los primeros meses de guerra en Madrid, con fusilamientos continuos, a la vista de todos, en cualquier tapia, incluso la del albergue de niños donde transcurre parte de la acción. Desde los tranvías la gente ve a los muertos de esa noche, comentando la jugada, como si nada. Hay algunos que roban de los cadáveres. Como documento sobre la Guerra Civil es impresionante, especialmente esos fusilamientos indiscriminados, pero también describiendo las condiciones de hambre, la ocupación de las casas, el terror de los ataques aéreos, con su estela tremenda también de muertos.

Pero todo esto se me ha hecho todavía más doloroso por la óptica con la que se presentan los hechos: es muy valiente contar la realidad de esos asesinatos indiscriminados en Madrid en los primeros meses de la guerra, pero la responsabilidad se carga en la cuenta de Franco, el único culpable. Al principio de la novela fusilan los nacionales al abuelo en Segovia (en la realidad había muerto hacía años) y ya con eso todo es presentado como una consecuencia.

No hay ni una crítica a la República, ni a los gobernantes, ni al Partido Comunista: menciona las checas, pero de pasada. Todo son elogios de la bondad del pueblo, contradicha en casos concretos -de los que cuenta casos en enorme abundancia, tantos como para que cualquiera se cayese del burro- pero nunca negada en el fondo. Eso se plantea como el modo de verlo del padre de Celia, idealista a su modo, pero luego nunca se acaba de contradecir ese planteamiento, con lo que se legitima: el pueblo es bueno, ha sido maltratado y se acaba vengando. Mientras, Celia puede pasearse por donde quiera, con el salvoconducto moral de esa bondad del pueblo y el hecho de que su padre sea de Izquierda Republicana: lo que representa ese punto de vista es lo que Trapiello considera Tercera España y yo veo como una izquierda moderada que se horroriza al ver los extremos a los que puede llegar "el pueblo", pero de un pueblo justamente indignado, eso sí. 

La Iglesia aparece representada en un carmelita estúpido, el colmo de la idiocia, que no se entera de nada. En otro momento hablan de un obispo fusilado, pero también de pasada. A un primo de Celia lo matan y eso al padre le deja frío: es que era falangista. Cuando matan a la madre de este, por ser madre del falangista, se supone, Celia se apena, pero el padre lo niega primero y luego se encoge de hombros. A la vez, hay menciones religiosas, la propia Celia reza.

Yo no había leído la introducción, así que me llevé la sorpresa de encontrarme que la novela está fechada en 1943: la autora, en el exilio, podría haber encontrado más hondura en la explicación de esa orgía de violencia que arrasó España y nos sigue pesando tanto. El valor documental de su libro, muy grande, no está a la altura de la explicación de la violencia, muy sesgada.

3 comentarios:

  1. Gracias por la reseña, merced a ella evitaré perder mi tiempo leyendo tal libro. A mí lo de la guerra civil me tiene aburrido. Las izquierdas se empeñan en ser los buenos del conflicto y eso no se sostiene. Hay una honrosa excepción en "A sangre y fuego" del citado Chaves Nogales y así le fue al pobre. A mi me gustaría ver la que se armaría si alguna editorial tuviese el atrevimiento de publicar un libro como el reseñado pero desde el otro punto de vista: siendo los nacionales los buenos, que con frecuencia eran unos animales, como los otros. Espero no morirme sin ver una generación de historiadores objetivos que sean capaces de contar las cosas tal y como fueron: atrocidades sin cuento por ambas partes y furia cainita a destajo.

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    1. A mí me gustó mucho "Sonaron gritos y golpes a la puerta", de Moa.

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  2. Entonces, ¿no hubo vencedores?

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