Leí este verano Lugares comunes, de Ricardo Calleja y me gustó. Ahora he vuelto a él, después de la tremenda impresión del último libro de Miguel d'Ors y con el recuerdo dulce de la antología de la poesía de Andrés Trapiello. No sé si es justo, pero la poesía siempre la hemos de medir por lo más alto, por ejemplo esos dos libros. Este es un primer libro. Pocos primeros libros son extraordinarios: Don de la ebriedad, de Claudio Rodríguez es el ejemplo más claro. En cambio Juan Ramón Jiménez iba buscando ejemplares de sus dos primeros libros para destruirlos. Ricardo Calleja ha hecho un buen primer libro: yo cambiaría cosas, enfocaría otras de otro modo, pero al final, su libro se lee con gusto y aquí voy a intentar destacar lo que me ha impresionado.
Quizá con sensación de intruso, Ricardo Calleja es un lector (lo de "lector" lo tomo de una reseña de Armando Pego, ahora temporalmente no disponible) que aquí se atreve a saltar al ruedo y ponerse a torear. Los toros que tiene que torear el que quiere ser poeta son todos miuras ahora, porque todos están resabiados: hay que arriesgar para escapar de la cárcel de los Lugares comunes, que ocupan todo el mapa de la poesía. No hay espacios vírgenes ahí: todo está ya pateado.
Yo le encuentro, junto a la valentía, momentos de logro, verónicas en las que capta lo hondo, por ejemplo ese poema que comentó E. G.-M. sobre la creación inacabada o un haiku que me llama la atención entre los demás:
Higos podridos
porque nadie se atrevió
nunca a robarlos.
No consigo dejarde mirar los árboles como Tolkieny mis paisajes tienen siemprealgo de romántico.A veces, incluso, me conmuevela nada, nada, nadade un erial de cantos castellanos.Pero hoy de pronto qué deseode escribir un poemaque consagre el momento irrepetiblematando todo afán de épica baratay de misticismo traspasadopara dar a luz el temblorde lo ordinario.
Acostumbrado a verte el alma
con solo lanzarte una mirada
he llegado a olvidar
los paisajes de tu cara.
Repaso ahora minuciosamente
la asimetría de tu gesto y sus arrugas
y descubro
que venía inventando casi todo.
Intento mirarte con los ojos
de quienes te conocen
como si te hubieran parido.
Y también como te observaría
quien sin haberte visto nunca
te tropezara deslumbrado.
Palpo tus rasgos como un ciego
y leo con los dedos los huecos
de unas cicatrices que ignoraba.
Espero así ir logrando que tu rostro
ya no sea el espejo de mi alma.
Una reseña estupenda. Mil gracias.
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