martes, 21 de septiembre de 2021

La fuente del encanto

En agosto me leí La fuente del encanto. Poemas de una vida (1980-2021), el libro que terminó escribiendo Andrés Trapiello en vez de la antología poética que le habían pedido: es un comentario de sus poemas entretejido de un relato de lo que en su vida explica su poesía. En el centro está la fuente del encanto, un lugar donde iban desde León a pasar la tarde, que se convierte en la referencia de lo que querría que fuese permanente en su vida, ese sentido de plenitud de aquellas tardes de infancia. 


Es así una biografía poética, de lo que explica su poesía en su vida. A mí este libro me parece otro culmen de su obra. Yo había encontrado las 300 primeras páginas de Madrid magistrales, pero creo que este libro lo supera: es también contar su vida, pero aquí con la infancia en el centro. En ambos casos, hay una continuidad con sus Diarios, otra cima (o sucesión de cumbres), pero hacia arriba, como se ve en Quasi una fantasía.

Me ha gustado también mucho todo lo que este libro tiene de reflexión poética. Está además muy explícito Homero, más que nunca. No hace falta que me extienda, que ya lo explicó mejor Enrique García-Máiquez hace unos días. Solo pongo un poema suyo, una reflexión sobre la poesía a propósito de los Homeros que hay quizá en Homero: 

CANTAN LOS ÁRBOLES
Antes que el sol saliera cantó el olmo,
apenas unas notas, monosílabos
herrumbrosos y graves.
Despertada por él con delicadas
palabras al oído, de allí a un rato
le respondió la encina con un trino
que, igual que un surtidor sostiene el agua,
ella sostuvo en alto mucho tiempo.
Fue la señal: al punto comenzaron
a decir o cantar todos los árboles:
olivos y algarrobos, alcornoques,
laureles y cipreses... Ni siquiera
los zarzales dejaron de asistir
a una fiesta tan multitudinaria
y corrió de su cuenta que en las copas
no faltaran jamás ebrios gorjeos.
Así sucede siempre: hacen los pájaros
que los árboles canten en su nombre
para no distraer con sus plumajes,
como tantos aedos en la Ilíada
siguen cantando anónimos, ocultos
en las frondas de Homero.
Ha llegado la noche y el silencio
se adueñó de la tierra. Sólo un seco
y fantasmal castaño ulula fúnebre
mientras sigo escribiendo estas palabras...
Hasta hace un momento con amigos
bien queridos estaba, conversábamos
felices y animados, disfrutando
de la amistad y el vino.
Pero algo pasó. Me levanté y me vine
a este rincón yo solo, renunciando
a dones que la vida no suele prodigar,
por si acaso los árboles querían
de mí alguna otra cosa.

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