Sí que me paré un poco con Maíno. Había en una vitrina un San Juan Bautista en un paisaje, sobre bronce que era una maravilla:
Y estaban los cuadros grandes suyos, tan pulidos y tan espectaculares. En la Adoración de los pastores había un cordero atado que luego pude comparar con el de Zurbarán. Había un perrillo tendido. San José besaba el brazo del niño:
Pasé delante de George de la Tour, pero no me quería parar. Sí que me paré en bodegones de Van der Hamen y Sánchez Cotán: ¡una maravilla! Luego, unas cuantas salas después, pude ver el cuadro de los jarros de Zurbarán, junto al del cordero: todos tienen un intenso fondo negro y una afirmación de la realidad que hasta da escalofríos.
Por el camino estaba Velázquez: me paré en las Meninas, pero casi más por mirar las caras de unos ciegos, que estaban allí no sé por qué, con caras de cansancio, escuchando una explicación que no parecía muy entusiasmante. Me quise acordar de Elefante, de Raymond Carver, pero ni así.
Había visto que alguien decía que había puesto en esa sala de Velázquez temporalmente el cuadro de la Condesa de Chinchón de Goya, el más bonito suyo. A mí me había parecido una gran idea, pero era un bulo, por lo que parece, porque allí no estaba.
Vi también los cuadritos de la Villa Médicis. En el más borroso está toda la pintura del siglo XX: y no es que sea precursor de ellos, ellos son retardatarios respecto a él.
Sí que me paré en El niño de Vallecas, que me volvió a conmover.
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