Ahora es un libro, El peregrino absoluto. Exégesis de otros lugares comunes, lo que primero apareció en formato de blog. Yo recuerdo como me sorprendía cada nueva entrada. Ahora, leerlas todas reunidas en libro impresiona, llega a ser una sensación abrumadora, la de estar inmerso en la descripción de una maldad y una estupidez que nos ahogan. Las entradas las ha reunido Pego en un Libro de horas, porque quiere que esto no sea un ejercicio de increpaciones o de risas sarcásticas o un manifiesto de otra realidad que quiere presentar como alternativa. Es un libro de oración, porque vemos la realidad del mal en el mundo y eso nos debe llevar a Dios. Podría ser descrito también como un manual de exorcismos. Es además un examen de conciencia, donde conocemos y meditamos en la estupidez del mundo y el misterio del mal, donde están nuestra frivolidad y nuestra maldad insertas.
Yo, si fuera millonario y mecenas, haría una edición exquisita de este libro. En formato grande, con cada entrada en una página, con márgenes amplios y una tipografía humilde y perfecta. En la página de la izquierda pondría un grabado, tirando a tosco, pero por expresionista, que a veces serviría de calmante y otras incluso haría de potenciador del dolor del texto, haciendo más hondo o todavía más amargo eso a lo que nos aboca esta meditación: un camino de humildad, de compromiso de amor a la verdad, de tener de norte siempre a Dios, de no ceder al miedo al dolor y al sacrificio.
Es un libro audaz, por el camino que recorrió antes Léon Bloy en su Exégesis de lugares comunes. Termina recogiendo una sucesión de frases suyas, nueve, que sirven como de oraciones. La primera me impresionó ya en 2004:
Yo rezo como un ladrón que pide limosna a la puerta de una granja a la que quiere prender fuego.
Ser discípulo de Bloy no es un camino fácil.
Este libro lo iba a comentar aquí ya hace un año, cuando salió. Lo bueno de hacerlo ahora es que tengo de fondo de esta nueva lectura el comentario que está haciendo el autor estas semanas últimas al Eclesiastés (por ejemplo en este texto). Con ello se ve mucho más claro todavía que en este libro no quiere plantear un proyecto alternativo: la crítica a la impostación del mundo no es amargura de postergado en peleas de camarillas políticas o de poder. Aquí se trata de mostrar un camino difícil de ascesis, en primer lugar intelectual, que pasa por aguzar el sentido y no comadrear con la verdad. Todo es vanidad, pero ese todo se refiere a todo, no a unas cosas sí y a otras no.
Y a la vez, me he reído una cuantas veces, por ejemplo cuando me veía reflejado en ese tedio de tantas torturantes sesiones de neopedagogía, que aquí son retratadas con justa ausencia de misericordia. La mera selección de epígrafes tiene su propia alegría; muchas de esas frases ya me resultaron insoportables a mí antes: "La fiesta de la democracia", "Tolerancia cero", "Derecho a decidir", "Hacer pedagogía", "Empoderar", "Dos no pelean si uno no quiere". Y así 150 frases, como los 150 salmos, que crean un mundo de horror frívolo. Ese sufrir continuamente la verborrea del mundo político, rebotada en eco de los medios de comunicación conchabados con él, recibe aquí la vindicación de su estupidez final. Sentimos el alivio de reconocer la herida en esas descripciones que hace, con la justa dosis de acidez. Pego es quien nos redime contándonos todo eso que pensamos o intuimos en aquellas inacabables reuniones estúpidas.
Yo me había ido apuntando alguno de los mejores textos, que son un ejercicio literario fascinante. Por ejemplo, en el comentario a Ocupar la centralidad:
A los líderes carismáticos que se rodeaban de guardias pretorianas les sustituyen efébicos espantapájaros a quienes cortejan ninfas empoderadas. Gobierna, indiscutido, el deseo de Nada. Bajo la apariencia de hipócritas grescas, las democracias someten a votación su feroz spleen.
O esto sobre el Derecho a la felicidad. El párrafo final es impresionante:
Dado que toda teleología ha desaparecido, la felicidad no es un estado que se alcanza tras esfuerzos, renuncias y purificaciones que abarcan una vida, sino que es la condición de posibilidad previa para que merezca la pena vivir. Debe ser garantizada y repartida distributivamente, por razones (pre)políticas de paz social. Una exigencia tan demencial de felicidad obliga a regular las excepciones de las excepciones de la norma que, cancerosamente, descubre angustiada la insatisfecha necesidad de su polimórfico deseo. Yo no soy otro. El otro es mi amo.
Hay una refutación del concepto en boga de la ejemplaridad que ya me impresionó entonces y que vuelvo a leer ahora impresionado: leedla vosotros, que es iluminadora.
Leed también el comentario a la escalofriante frase "Implementar alternativas".
Creo que nunca había razonado eso: la diferente consideración de la felicidad desde un punto de vista sobrenatural o no; considerar la vida como un camino (tal vez infeliz las más de las veces) hacia la felicidad, o como una carencia permanente de una felicidad plena que no se puede humanamente alcanzar. Seguro que se ha escrito mucho y bien sobre esto, pero bueno, para mí ha sido el descubrimiento del día...
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