San Josemaría podía ser muy gracioso y muy irónico. Solía evitarlo en sus escritos, pero aquí supongo que quería resaltar de verdad que él no quería haber sido fundador de nada, algo que a la gente le suele costar creer. Es de una carta de las llamadas fundacionales, documentos con forma de carta que se están empezando a publicar ahora. Esto es de la carta 3:
Tal es mi horror a todo lo que suponga ambición humana, aunque irreprochable, que si Dios en su misericordia se ha querido servir de mí, que soy un pecador, para la fundación de la Obra, ha sido a pesar mío. Sabéis qué aversión he tenido siempre a ese empeño de algunos —cuando no está basado en razones muy sobrenaturales, que la Iglesia juzga— por hacer nuevas fundaciones. Me parecía —y me sigue pareciendo— que sobraban fundaciones y fundadores: veía el peligro de una especie de psicosis de fundación, que llevaba a crear cosas innecesarias por motivos que consideraba ridículos. Pensaba, quizá con falta de caridad, que en alguna ocasión el motivo era lo de menos: lo esencial era crear algo nuevo y llamarse fundador.
Así se multiplicaban las obras, con nombres y finalidades que aparentemente nacían —atomizando las tareas apostólicas y mudando frecuentemente sus fines— de ese querer ser cabeza de ratón: y me divertía no poco —he de confesarlo, y pido perdón a Dios, si con eso le ofendí— diciendo para mis adentros, al considerar las finalidades concretas, diminutas, que daban origen a vestimentas chocantes y a familias religiosas iguales a otras muchas que ya existían, puesto que se diferenciaban solamente en el color del hábito, o en el cordón o en la correa ceñida a la cintura: Fundación del Padre Fulano, de hijas de Santa Emerenciana de Tal, para las nietas de viuda bizca, que tengan el pelo rubio (84b).
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