Me he pasado tiempo bloqueado mentalmente con la cuestión de cómo enfocar El vaso medio lleno, el segundo libro de aforismos de Enrique García-Máiquez. En parte era porque volví a ver lo que hice con el primero, Palomas y serpientes, y me dio un poco de vergüenza ajena de mí mismo, porque me había dedicado a poner una pretenciosa lista de números con los aforismos que más me gustaban a mí y a continuación había tenido la caradura de copiar los que más me gustaban de los que más me gustaban.
Por otro lado, se me había ocurrido hacer un comentario sobre la exigencia moral amable que suponía este libro, porque leyéndolo nos vemos siendo amablemente impelidos a ser mejores, pero eso es difícil de explicar sin hacerse otro autorretrato, y ahora negativo además.
Más fácil era comentar la portada, con uno de esos vasos medio llenos de Gaya tan bonitos, esa representación de la realidad de verdad que no ve vasos medio vacíos, de ninguna manera, los ve por lo menos medio llenos y bellos y verdaderos:
Se me ha ocurrido ir por la vía del medio y estirar esto en varios días, pero dedicándome otra vez a fusilar aforismos de los que más me gustan, sin más o con una pequeña glosa, para hacerme un selfie con ellos y esperar salir favorecido. La misma táctica otra vez: envejecemos, pero no mejoramos.
Por ejemplo, empiezo quedándome dos aforismos poéticos sobre el viento:
La constancia de la veleta es la verdad del viento (58.5).
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El viento, en la copa de los árboles, parece muy enfadado. En las tablas de windsurf se ve que no quería más que jugar (61.4).
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