Del proceso de beatificación de san Juan de Ávila en 1624 me llamó mucho la atención lo que contaban algunos testigos de su trato con los que se le acercaban a confesarse.
Primero pongo el testimonio de una monja, Melchora de Jesús, que lo llegó a conocer cuando era novicia y cuenta que la Maestra de Novicias, doña Elvira de Zayas, se confesaba con él y decía:
que dicho Venerable Maestro era muy rígido para sí y muy blando para las hijas de confesión y que cuando se acababa de confesar con él le parescía que quedaba en el mismo cielo (220).
Me sirve esto de introducción para recoger un episodio que me ha gustado mucho, aunque no sé cuánto creerme de él; creo que el núcleo de las penitencias suaves incluso a pecadores de años sí que debe de ser verdad. El que lo cuenta es el Licenciado Alonso Fernández de Villagarcía, de Almodóvar del Campo, que cuenta de oídas, pero qué bien lo cuenta. Y qué bonito lo de saltalle por asaltarle y usar todavía insulto con el sentido etimológico original de asalto:
ha oído decir muy pública generalmente ser cosa cierta que salieron a este Venerable al camino unos ladrones a saltalle y llegaron con las espadas desnudas cerca de él y tuvieron tanto temor que quedaron temblando y temerosos y no se atrevieron a llegar, (....) estando en la ciudad de Granada uno de los ladrones que le habían salido a matar, tocado del espíritu de Dios, vino a buscar al Reverendo Padre Maestro Ávila para que le confesase (....), y entrando este ladrón compungido y errepentido [=arrepentido] de las culpas que contra Dios había cometido, el dicho Padre Maestro Ávila le dixo: “quítese, hermano, que ya sé a lo que viene, que todo lo ha de proveer Dios", y en acabando de comer le confesó y le tuvo doce días consigo, y se supo la penitencia que le había dado, que fueron cinco padrenuestros y cinco avemarías en penitencia de las culpas que había cometido en doce años que no se había confesado, haciendo insultos y robos por los caminos, y este hombre, admirado en la manera que este hombre le había tratado en reprehendelle sus culpas y pecados y la penitencia que le había confesado, se fue, habiéndose despedido y humildemente agradecido la merced, adonde sus compañeros y les dixo que si le querían seguir en el camino, que él había de ir desde allí adelante y que se fuesen con él, que ya era diferente hombre de lo que él había sido, y (...) que le había propuesto de allí en adelante hacer la penitencia que sus fuerzas alcanzasen, no embargante más de cinco padrenuestro con cinco avemarías, proponiéndole la enmienda de la vida que es la mayor parte de la penitencia que se puede hacer en esta vida, y visto los compañeros la signaron todos, y que había ido este hombre y les había llevado a casa del padre Maestro Juan de Ávila y los confesó a todos y después se repartieron en unos Hospitales y a ermitas de desiertos donde acabaron sus vidas en servicio de Dios, apartados de tantos y tan enormes pecados como los habían cometido contra su divina Majestad (167-8).
Qué impresionante catequesis de la Confesión: pequeñas penitencias por pecados grandes, pero toda una vida de penitencia voluntaria para saber reparar por ellos. Ya digo que me gustaría, aunque me cuesta, creer la historicidad de todo el relato, de esa banda de ladrones convertidos en hospitaleros y ermitaños, pero sí que me creo lo de que alguien fuera tocado por esa actitud de san Juan de Ávila.
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