lunes, 16 de noviembre de 2020

Otra vuelta a la Odisea

En la asignatura de Literatura Griega de Primero, en mes y medio (este año todavía hemos tenido que acortar más) hemos tenido que leer, en traducción, claro, la Ilíada y la Odisea. Yo iba comentando de dos en dos o de cuatro en cuatro los cantos, a todo correr. Creo que a los alumnos se les ha hecho duro, sobre todo la Ilíada, a esa velocidad; a mí también. Yo les decía que la segunda vez que las lean, quizá en verano (optimista que soy), les iban a gustar más, mucho más.

Yo, a cuenta de que llevo repitiendo ya varios años estas lecturas, puedo ir corrigiendo mis planteamientos. Ha habido un cambio fundamental: mi actitud hacia Ulises es casi la contraria de hace unos años. Ahora lo admiro mucho, con sus limitaciones.

Sobre la Odisea en conjunto, aparte de seguir criticando en clase el poema de Cavafis sobre eso de procurar que el viaje sea largo (què bobada, Ulises como un turista), cada vez me fastidia más que digan que "trata de un viaje": de un viaje en todo caso trata la primera parte, y mas en concreto los cantos 9 a 12. Es casi como decir que El Quijote es el episodio de los molinos.

Hablé en clase de que sí que es un viaje de vuelta, un retorno; a la vez es una recomposición temporal: del hijo (Telémaco) al padre (Ulises) y de él al abuelo (Laertes). Pero ahora sobre todo me parece que es el esfuerzo de un hombre por recuperar y garantizar una relación con el mundo, mediada por su familia, su matrimonio y su patrimonio, en paz con sus conciudadanos (política) y con los dioses (piedad, pero basada en el temor).

El libro termina con un final feliz, el final más feliz que se puede plantear, al menos en el mundo representado en ese poema: recuperar a su mujer (en la extrema fidelidad mutua, al menos intencional en el caso de él), recuperar en su hijo su futuro y encontrar a este a punto de superar la adolescencia; a la vez, poder todavía establecer el lazo antiguo con su padre anciano, recuperar y aumentar el patrimonio familiar, vengarse de sus enemigos (mata a 120, más o menos) y que los dioses pongan paz rompiendo el ciclo de la violencia desatado por esa misma venganza y, al final, estar en paz con esos dioses, sobre todo Poseidón, que ha perseguido a Ulises por la herida a Polifemo hasta el punto de matar a todos sus hombres y retrasar su vuelta a casa diez años. Así, tras haber expandido el culto de ese dios por tierras que no conocen el mar (y por lo tanto tampoco le dan culto al dios marino), podrá volver definitivamente a casa y envejecer junto a su mujer y morir en paz.

Para lograr todo eso Ulises tiene que sufrir un tremendo abajamiento (utilizo la palabra a propósito, para resaltar la desproporción así y todo con Cristo, porque en Ulises es algo temporal e indeseado): humillarse hasta ponerse en la situación de un mendigo y padecer los ultrajes que le van aparejados y además resistiendo el continuo deseo de vengarse hasta que lo pueda hacer con todas las garantías. Toda la obra es un tratado de resistencia que ahora veo como el esfuerzo de un hombre por recuperar los lazos que conforman una vida que ha perdido. Nada lo da por supuesto Ulises: todos tienen que reaccionar ante ese mendigo y mostrar su verdadero corazón para poder recuperar en realidad la relación con Ulises. Por eso la Odisea es un tratado sobre las relaciones humanas, sobre la hospitalidad, sobre establecer lazos, sobre cómo estar el hombre en el mundo.

Es fascinante ver cómo Ulises reconoce o es reconocido por quienes le importan. Se da a conocer a su hijo, porque es su padre; en cambio su padre se tiene que  desnudar moralmente ante él en el dolor para que él se le dé a conocer. Sus criados lo reconocen por su herida, al verla (Euriclea) o al mostrársela (Eumeo y Filetio). Solamente su mujer, a la que se da a conocer ya por fin simplemente con su nombre, le exigirá que se dé a conocer ante ella: él da la señal del tálamo nupcial, la señal que habían convenido ambos y que cimenta su matrimonio recuperado. Qué maravilla el amor de los dos.

En cierto modo, en la Odisea hay una visión conservadora, aristotélica: la realidad se conforma a partir de la unión del hombre y la mujer, que forman la familia, que conservan y aumentan un patrimonio a partir de la herencia de sus padres, que se hacen valer en el mundo pero sin olvidar jamás la lealtad a ese núcleo que lo fundamenta todo. Los que están fuera de ese ámbito (no los fámulos, que son de la familia) pueden establecer lazos de hospitalidad, pero, si no, son potenciales enemigos, gente a la que hay que dominar o doblegar. Los dioses garantizan un mundo ordenado según ese esquema primordial, nada más. No hay horizontes de inmortalidad para los hombres. 

La clave final, me parece, es vivir ese mundo como Horacio, quam minimum credula postero, en absoluto creyendo en otro, pero intensamente (carpe diem). A mí todo eso, lo de Homero y lo de Horacio, me sabe a muy poco, pero quizá era a lo más a lo que podían llegar, en esa realidad y con esos dioses. Yo podría hacer piruetas de alegorismos, pero prefiero quedarme con la grandeza del carácter de Ulises, resaltado sus limitaciones. 

Es modelo Ulises en ese mundo limitado, y más dolorosamente en este mundo limitado en el que vivimos, donde descubro entre la gente que la inmortalidad ya no es ni un problema ni una angustia. A mí un Humanismo así no me parece suficiente humano, porque yo ya he conocido el mejor Humanismo: el del que se abajó tomando forma de siervo para darme a conocer que Dios es amor.

5 comentarios:

  1. ¡Con lo mal que me caía a mí también este fulano, y que ahora me estés convenciendo! Sera cosa de la edad, que vas acumulando errores y vergüenzas y te sale más fácilmente disculpar los de los demás...
    Y no creo que estés de acuerdo, pero de todos los personajes de la Odisea, a mí el que más me conmueve es Argos.

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    1. Sí, Argos es grandioso, de una fidelidad extrema. Es un episodio grandioso, el mejor perro de la historia, sin duda.

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  2. Homero no ignoraba que las cosas deben decirse de manera indirecta. Tampoco lo ignoraban sus griegos, cuyo lenguaje natural era el mito. La fábula del tálamo que es un árbol es una suerte de metáfora. La reina supo que el desconocido era el rey cuando se vio en sus ojos, cuando sintió en su amor que la encontraba el amor de Ulises.

    Un escolio, de Borges. Muy de acuerdo con él.

    JL

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    1. Interesante el comentario de Borges. Lo que no veo es que ella vea en él a un desconocido: ve a su marido veinte años después. Lo que quiere es comprobar la fidelidad de él, por un signo: el del tálamo. Hay una cuestión de fondo, que es que era posible que apareciesen supuestas personas con la apariencia de otras, aunque en realidad eran de aire, de éter; eso ocurre con cierta frecuencia en Homero. El detalle del tálamo es una señal convenida por los dos antes, que él ahora le da a ella cuando ella se la pide veinte años después.

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  3. ¿Para cuándo un libro sobre la Ilíada y la Odisea?

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