martes, 15 de enero de 2019

Doce hombres «sin piedad»



Era una película que tenía intención de ver hace años y la he visto este fin de semana y la voy a destrozar aquí, con spoilers a tutiplén esparcidos por en medio.
Supongo que lo estropeó todo verla en español: eso del doblaje lo llevo cada vez peor y en este caso estaba especialmente desconectado del movimiento de los labios, haciéndolo todo todavía más teatral si cabe (mi primera crítica: es una obra muy teatral, en el peor sentido de la palabra).
Luego, que para empezar el título ya es discutible. No son Doce hombres sin piedad (habría que releer el Eutifrón y ver qué quiere decir «piedad», o al menos darse cuenta de qué no es la piedad), sino Twelve angry men (=Doce hombres enfadados). Así que no es sobre piedad de lo que se trata en la película, sino sobre técnicas de anger management: comienza con un hombre sereno y respetuoso de las formas y otros once que se mueven en el terreno del mal (declaran culpable al acusado nada más empezar) y van del muy maleducado y colérico al bocazas y hasta el tímido, pero todos definidos por ese enfado inicial. Sólo Henry Fonda (por cierto, otro motivo para que no me gustase la película; si hubiera sido Gregory Peck o James Stewart quizá no estuviese aquí metiéndome tanto con ella) está enfadado desde el principio, pero con una cólera moral que no sale al exterior y que representa su superioridad: es el perfecto debelador de la cólera de los demás.
Pero volviendo al tema de la piedad, eso que vieron ausente los traductores españoles en los protagonistas. A mí se me ocurre que para un jurado la virtud que realmente falta es, precisamente, la de la justicia. En la película, se alaba la virtud de la prudencia (con razón) y todo acaba girando en torno a la famosa «duda razonable» y a la cuestión de definir si el acusado es «no culpable» (los dobladores lo traducen por «inocente», otra falsificación ulterior de la cuestión en la línea de su visión de la piedad). Me da la impresión de que lo que realmente falta es un aprecio de la verdad. Y si no hay verdad, no hay justicia y todo lo que queda es gestionar las garantías procesales.
Al personaje de Henry Fonda le mueve la «justa» indignación moral. Él parte de la seguridad, que la película no apoya al final (eso es un punto a favor: no sabemos si el acusado era realmente culpable o no; supongo que es el punto que quieren demostrar), de que el acusado ha de ser «no culpable» en la medida en que las pruebas no son tan decisivas. En lo que no entra es en que el móvil del crimen ha de ser discutido, lo mismo que otras motivaciones circunstanciales.
Si nos ponemos de parte del derecho procesal sin más, la película no parece estar tan mal. Es el tono de didactismo moral lo que me encocoró. Yo acabé hasta teniendo más simpatía por los dos recalcitrantes que se oponen casi hasta el final a Henry Fonda: al uno lo aíslan y al otro lo psicoanalizan y lo neutralizan. Lo que pasa tantas veces: la superioridad moral de los biempensantes impide cualquier crítica atacando las formas. Y las formas se convierten en la metafísica a falta de metafísica.

1 comentario:

  1. Me parece que lo más notable de esta película es el seguir las unidades aristotélicas de acción, tiempo y espacio rigurosamente

    ResponderEliminar