martes, 25 de septiembre de 2018

Catalá Roca en el Auditorio

Como me pasó con Castelao, en esta exposición de Catalá-Roca más acaba siendo menos. Yo había visto fotos suyas muy seleccionadas y eran siempre increíblemente buenas. Aquí había un amontonamiento de reportajes de Galicia: había de todo, desde lo normalito a lo excelente.
Las fuimos viendo con el cuchillo sacado. Del despelleje crítico (muy ponderado, la verdad) salvamos unas cuantas fotos excelentes. Estas, que tengo que poner muy grandes porque estaban en un formato cuadrado muy incómodo.


Un grupo entre cubas:



Dos personas entre pinos




Muy buenas las líneas:



Líneas en el puerto:



Redes extendidas:

4 comentarios:

  1. Pasa a veces. Mi pianista y músico favorito murió en 1979, y a partir de entonces salieron discos que no siempre eran buenos, incluso los había con errores evidentes de ejecución. A mí no me importaba porque lo hacía humano, algo que ya suponía, pero me hizo reflexionar sobre algo que es aplicable a cualquier manifestación artística: no todo lo que "producen" nuestros artistas favoritos es bueno pero mientras viven ellos mismos se encargan de no mostrarlo. Cuando mueren, es otra cosa: ellos no mandan. Creo que Cartier-Bresson lo dijo claramente: "todos hacemos fotos malas pero yo no las enseño".
    Al margen de esto los realmente buenos llevan esa bondad en los detalles, si no en el resultado total o global, que me imagino que es lo que le pasará a esta exposición. Yo hubiera ido, claro está, incluso con fallos.

    Un abrazo desde, ya, Zaragoza, una ciudad amable, veo.

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    1. Sí, es el problema de no tener un criterio más restrictivo. De todas maneras, disfruté de ver todas las fotos, por un motivo u otro.

      Qué bien, en Zaragoza.

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  2. No son cosas comparables, evidentemente; pero incluso los más grandes sólo a veces alcanzan su mejor nivel. No creo que razonablemente pueda discutirse la talla de Dante o Shakespeare; pero esa talla hay que medirla por la Comedia o el Hamlet o el Lear, no por La disputa del agua y la tierra o El peregrino apasionado. Y, con todo, vale la pena conocer esas obras menores, por lo que son y por lo que ensenan. Incluso a la hora de volver luego a las obras mayores.

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