jueves, 12 de febrero de 2015

El Banquete de Platón 4

1. Antes de los discursos - un beber juntos muy particular
El pobre Aristodemo se encuentra, pues, solo en medio de un comedor repleto; menos mal que el anfitrión, Agatón, le echa un capote: había querido invitarle pero no le había encontrado, la típica mentira "piadosa": y así, colados por el morro que le echa gracias a Sócrates, nosotros podemos asistir de su mano -o por su (quizá no tan seguro) testimonio- a un banquete de la élite ateniense. Por otro lado, aquí Agatón trata liberalmente a sus esclavos, diciéndoles que quiere que actúen como si no fueran sirvientes: hay una ruptura de lo político y un cierto tono utópico.
Sócrates se ha quedado parado fuera (y ya el día anterior se había escapado de la gran celebración), ante la puerta de la casa de los vecinos (eso es lo que me recordaba al monstruito Luis Ricardo de mi infancia). Hay algo que le deja aparte de los demás: es esa capacidad de atención a algo más hondo (al final de la obra, Alcibíades contará de otra situación así). Para Reale esto sirve como primera señal de que va a haber una revelación, prepara el tono del discurso del propio Sócrates, en otro tono, rodeado de un tono revelatorio.
Esto es una de las cosas que creo, aparte del embolado en que mete a Aristodemo, que Strauss considera para hablar de la hybris de Sócrates, además de lo que veremos al final de la obra.
El hecho es que llega a mitad de la cena -Aristodemo (el fan controlador) ha impedido a Agatón que mande un esclavo a buscarle: al maestro hay que dejarle solo.
Y ya bien comidos, pasan a la bebida (el simposio en sentido estricto); realizan los ritos de rigor (era una celebración también religiosa), como los cumplen también en el Fedón
Pero será un simposio especial: echan de allí a las flautistas (que son eso y también prostitutas). La música es en esta situación un estorbo (Protágoras 347 c-e); y quien dice música dice poesía, literatura. Por otro lado, que las mujeres no tengan nada que decir aquí sobre el amor es una tremenda paradoja en la que está Diotima en el otro extremo.
También deciden moderarse en la bebida: varios de ellos todavía sufren los efectos de la resaca de la gran cogorza del día anterior. Sócrates no: ni estuvo el día anterior en las celebraciones ni le afecta en absoluto el alcohol. Lo comprobaremos al final de la obra: vence por k.o. a todos también en ese terreno. El no beber mucho al principio, por otro lado, convierte el ritual dionisiaco del simposio en apolíneo (por lo menos en esta parte).
La propuesta de Fedro de elogiar el amor es muy bien recibida. Son todos discípulos de los sofistas, menos Aristófanes, que no los puede ver, y Sócrates, acusado de sofista por el propio Aristófanes. Aristófanes es siempre el extraño en el grupo. La situación de Sócrates ahí siempre es ambigua.

Lo que está en juego es la victoria entre la filosofía (bombardeada por la sofística) y la poesía. Lo dice Agatón (175): Dioniso decidirá entre los dos. Sócrates está recostado junto a Agatón -bromean sobre el pegársele a uno la belleza del otro y al otro la sabiduría del uno- durante toda la obra.

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