En forma de diálogo consigo mismo, se dedica a meditar (es la mejor palabra para explicar lo que pasa en este prodigioso libro) en el ámbito de la Francia del siglo XVII: Georges de la Tour, los Pensamientos de Pascal, pinturas de Philippe de Champaigne.
A propósito de Georges de la Tour (en el libro habla mucho de la Magdalena Terff, que pudimos ver en su visita a El Prado y a la que hizo un poema), dice que su obra se resume en «confrontar al hombre consigo mismo con ayuda de una llama».
Ahí es donde escribe este texto admirable sobre lo que era la luz de la candela en aquellos tiempos:
Los niños (...) acercaban sus manos a la llama, y éstas se volvían rojas y traslúcidas, dejaban ver el armazón de sus huesos; los rostros de las muchachas se sofocaban como sólo el amor podría colorearlos más tarde, y de bien distinto modo, aunque no menos hermoso que como el aire helado del invierno ponía rojo en sus mejillas extendiendo la palidez en torno (16).
Ahí es donde explica que así son los rostros de las Vírgenes en la Anunciación, de sofoco o por la palidez del frío y eso es lo que explica esos círculos rojos que le pintaban.
Poco después, esto:
Poco después, esto:
Mi infancia, desde luego, ha transcurrido en la convivencia con la luz de las candelas o las llamas, y las sombras en torno. Yo he visto rondas nocturnas, como en Rembrandt; el alzarse un farol en las dependencias de servicio de la casa, en los corrales o en el campo, a la vez que una pregunta: «¿Quién anda ahí?»; el acompañamiento del Viático, llevado a un moribundo con faroles y candelas, la lamparita sobre la mesita de noche, o ante una imagen: el amortajamiento de un cadáver a la luz de unas velas, que era un juego entre blancos y sombras, y la amarillez del cuerpo; un muerto puesto en el suelo sobre una colcha blanquísima y con una palmatoria encendida como vigilante. Resplandores de cuerpos desnudos como si fuesen relámpagos, o como carne cenicienta y cárdena, si el resplandor era de quinqué o de carburo. Faroles y lamparillas luciendo, a prima noche, en el camposanto aldeano; faroles de los coches de caballos que eran luz tan incierta, tan misteriosa si se veía de lejos. Ya nunca habrá regresos tan esperados como aquellos, visitas de médico llamado urgentemente, que se anuncien con esas tenues, lejanas, luces oscilantes: no se sabría con qué paso lento avanzan la alegría o la esperanza; ni tampoco se adentrará tan tempranamente en el ánima la perfecta conciencia de la sombra que somos, si ya no puede verse a alguien subiendo una escalera con una candela en la mano y el juego de lentitudes y escorzos grotescos o graves de una sombra en la pared (16-17).
Y explica luego qué es la luz en el Oficio de Tinieblas, otro de sus grandes temas:
Las velas del tenebrario se iban apagando, una a una, a cada final de aquel lacerante canto de las endechas del profeta Jeremías, y, al cabo, sólo quedaba encendida una candela que el celebrante ocultaba como se cela una esperanza muy pequeña; y la noche y el estrépito caían sobre el corazón: ¿Era eso lo que podía esperarse de la vida? ¿«Embriaguez de adelfa», como dice el profeta mismo? (20)
No lo conozco apenas, a José Jiménez Lozano, pero me voy a interesar. Gracias.
ResponderEliminarUn abrazo
No sé si es el mejor libro para empezar a leer a Jiménez Lozano: es un libro extraordinario, pero me da un poco de miedo recomendarlo así de golpe a quien no ha leído nada de él. Pero es un grandísimo libro, de todos modos, así que te gustará si lo lees.
ResponderEliminarOtra opción es comenzar con el Jiménez Lozano narrador: puedes leer Los grandes relatos o El mudejarillo.
Otro ensayo grandioso sobre arte es Los ojos del icono. Y la Guía espiritual de Castilla estoy seguro que te gustaría.
Gracias de nuevo, Ángel, investigaré sobre él y sobre sus libros. Sé que vive en un pueblo de Guadalajara, pero poco más. Ya sólo por eso me es simpático, soy así de arbitrario.
ResponderEliminarUn abrazo
Bueno, en realidad vive en un pueblo de Valladolid, Alcazarén, pero supongo que a esos efectos vale lo mismo.
ResponderEliminarGracias por la recomendación, Ángel. Intentaré leerlo cuanto antes. Ya lo que anticipas es estupendo!
ResponderEliminarMagnífico libro. Vuelvo a él -revuelvo- con frecuencia.
ResponderEliminarUn saludo,
Ana
Sí que es un gran libro, para leerlo por primera vez o para releerlo, que eso espero hacer a partir de ahora con él.
ResponderEliminarQué gracia, lo de los faroles; supongo que sus hermanas las farolas le han robado al mundo buena parte del misterio.... del sentimiento, si se puede decir así.
ResponderEliminarYa estamos en Haro; que se ven las luces.
Eh, bien visto, Antón: las farolas como herederas.
ResponderEliminarComenzaré por "El grano de maíz rojo", que me lo han dejado.
ResponderEliminarUn abrazo
El grano de maíz rojo son cuentos muy duros, pero muy buenos. Luego podrías leer otros libros más recientes, donde el tono es más misericordioso.
ResponderEliminarEstoy en un club de lectura, así que leo a la vez el del club y "El grano de maíz rojo", y me está gustando mucho. Una de las mejores cosas, y sucede también en música, es cuando lees por primera vez a alguien, con pocos prejuicios e información. En esto envidio a los alumnos de música la primera vez que escuchan a cualquier compositor de los grandes.
ResponderEliminarUn abrazo
Terminé el libro de Jiménez Lozano hace unos días, y me ha gustado mucho. Son historias duras, es cierto, yo las veo rurales, familiares para mí (en mi familia la guerra civil dejó, como en muchas, una huella profunda), aunque no todas son rurales ni tratan de la guerra civil, claro está. Hay un trasfondo que a mí me parece rural, duro, surrealista a veces, religioso de una determinada manera, que yo identifico con Castilla, o con parte de ella, la rural, pero conozco poco Castilla, esa es la verdad. En cambio lo rural sí que me es familiar, soy de pueblo. Y me gusta esa manera de escribir tan precisa. No me atrevo a decir mucho porque solo he leído un libro, y porque para el que, como tú, ha leído otros muchos de él, mi opinión es escasa, pero tengo más libros.
ResponderEliminarUn abrazo
Profesores de literatura cercanos a mí no conocen a Jiménez Lozano. Supongo que este es el mundo que nos toca vivir. En fin.
ResponderEliminarun abrazo