El Museo de fotografía de Estocolmo tenía una exposición tontorrona de olimpismo, una que me aburrió de Strindberg y una pequeñita de Maciej Pisuk, sórdida, de su barrio de Praga en Varsovia, pero muy buena.
La exposición estelar era la de Sally Mann, donde son protagonistas su marido, ella, sus hijos, sus perros (cuando mueren):
Pero lo que impresionaba de verdad eran las fotos que hizo de un jardín de cadáveres que tiene la policía en Tennessee para ver cómo se van pudriendo. Era todo tremendo y a pesar de todo no era (demasiado) morboso.
Pero el espectáculo estaba en la cafetería. Parecía que la habían hecho para refutar la propia realidad de la fotografía: qué marcos movibles los ventanales y qué fotos en movimiento las de los barcos que pasaban por delante:
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