Al entrar en la colección de pintura, el primer cuadro que me encontré fue -me dio un vuelco al corazón- uno de Georges de la Tour, un san Jerónimo Penitente:
Impresionaba esa anatomía de anciano, hinchada y con redondeces de vida gastada, esas disciplinas tintas en sangre, del color de los vestidos que ha dejado a un lado.
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Yo a Georges de la Tour le tengo un cariño tremendo (otra motivo de agradecimiento a José Jiménez Lozano): qué atención a la intensidad más que a la espectacularidad, qué verdadero.
Y ahora en el Prado [yo, en eso del arte, me pasaría el tiempo en El Prado, pero acabé en Suecia] tienen otro cuadro de la Tour, un san Jerónimo leyendo, pura alegría, comparado con este.
No sé si la palabra es "alegre". Pero si un tipo se entusiasma leyendo la Sagrada Escritura -que era lo que, principalmente, leía el alegre San Jerónimo- y no se hace sangre, uno tiende a pensar que se trata de un alegre -en el sentido de pasajero- entusiasmo.
ResponderEliminarEmpezamos bien, Ángel. De la Tour es fascinante. Este cuadro es magnífico y tiene un aire tremendo a Zurbarán que no había captado con otras obras suyas.
ResponderEliminarDon Javier, y mire que a san Jerónimo le costó sangre dejar de leer a Cicerón y dedicarse a la Sagrada Escritura; en un sueño que tuvo oyó esto: "Ciceronianus es, non Christianus", tremendo.
ResponderEliminarEs verdad, Ignacio: recuerda mucho a Zurbarán; gracias por decirlo: los colores, el tratamiento de la anatomía y también la intensidad.