jueves, 26 de enero de 2012

Gracián raptado



Por seguir en torno a santa Teresa, me dio por leer la Peregrinación de Anastasiolas Memorias del padre Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, quizá una de las personas que más quiso la santa.
Es un relato de gran viveza en forma de diálogo: un sparring de nombre Cirilo le tira de la lengua a Anastasio (=él mismo) para que cuente lo que ya se ve que está deseando contar.
Hay mucho que admirar, algo que criticarle (su consideración de los herejes es llamativamente poco caritativa) y cosas que incluso agarrándose al Sitz im Leben cuesta entender (por ejemplo que llevase consigo un dedo -sí, un dedo- de santa Teresa durante 27 años).

Se lee muy bien. Y a mí creo que me ha sido de gran provecho (y algo de edificación).

Ya pondré otras cosas, pero empiezo hoy con este texto de cuando los turcos capturaron el barco que le traía de Sicilia (donde tenía familiares) a Roma, a donde había ido para intentar conseguir volver a ser descalzo, porque le habían expulsado de la Orden, y donde le habían aconsejado que entrase en otra orden:
Desnudáronme en carnes vivas, sin dejarme más de unos pañetes de lienzo: echáronme unas esposas en las manos y bajáronme a la mezanía, dando yo gracias a Dios y a la Virgen, que tan presto me castigó del propósito que había tenido cuatro horas antes, cuando decía Misa, de dejar el hábito del Carmen de mi voluntad; y estaba contento con el hábito que me dio Adán, que ya nadie me lo podía quitar sino desollándome. Luego tragué que había de morir en aquella vida (que más verdaderamente es muerte), porque remar en galera de cristianos (especialmente del Papa), que tanto había temido en Roma, es vivir; pero la de la galeota de turcos, es muerte. Vi de ahí a poco que con los papeles que llevaba para imprimir yo en Roma de la Armonía mística, que me habían costado mucho trabajo, y no eran de poca estima, limpiaban sus escopetas. La comida era bien de tarde en tarde: un poco de bizcocho negro, hediondo y lleno de chinches, y la bebida, bien por tasa y de agua tan hedionda, que era bien necesario tapar las narices para pasarla, y el subir a las arrumbadas a expeler la carga de naturaleza no había de ser cuando el cuerpo lo pidiese, sino una vez al día, a puesta de sol, aunque reventase. La cama que me cupo fue las escopetas de los turcos, y por cabecera, un tonel de pólvora que llevaban. (p. 88-89)

2 comentarios:

  1. Vaya, así que este es "el guapo, apuesto, refinado, cultísimo y encantador Gracián que a Teresa le fascinaba", que dice Jiménez Lozano.
    Se ve que el pobre tuvo que tragarse los refinamientos.
    Qué envidia tu blioteca. He estado buscando por ahí y el libro no parece tan fácil de encontrar. Lo que he encontrado es un "Tratado de la redención de cautivos", en edición de Luis Rosales, con unas páginas espeluznantes que se pueden leer en Googlebooks. De no ser por todos esos horrores que cuenta (que les cortaban los brazos y los azotaban con ellos, o que algunos se comían el cuero de los bancos de puro hambre, o cómo veían morir a compañeros y los tiraban al mar o al muladar sin hacer un gesto... cosas que recuerdan los relatos de los campos de concentración), lo de los turcos limpiando las escopetas con la "Armonía mística" hasta tendría su punto de gracia.
    Muchas gracias, seguiré buscando.

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