jueves, 26 de mayo de 2011

Una hora en el Museo del Prado

El viernes, al llegar a Madrid pude ver a vista de pájaro los campos, pero ahora verdes. Había encinas y olivos. Me alegró entrever esa mitad de España, La Mancha y de ahí para abajo, que hace ya años que ni la huelo.
Reuniones menos pesadas de lo previsto, una comida con los temas de siempre en el gremio.
Milagrosamente la última reunión acabó antes de lo previsto. Me quedaba una hora antes de volver al avión. En el Metro, hice transbordo en Sol, pero sin salir a la superficie: como Fabrizio del Dongo, estuve allí donde sucedía la historia y ni me enteré. Yo iba cegado, a lo mío, egoísta: a ver a Chardin, la única y última oportunidad que tenía.
Y con una lágrima en los ojos a punto de saltar todo el tiempo, recorrí la exposición: qué verdad de las cosas -manzanas, una naranja, dos claveles, melocotones-, qué dolor de la muerte ya serena: los conejos, las rayas, las caballas.

Un cuadro que hubiera robado: Mortero con mano, dos cebollas y caldero de cobre rojo:

Y poder ver tres versiones del joven que hace pompas de jabón, o de La joven maestra de escuela: la manga del vestido azul y la blusa blanca de tres modos y los tres verdaderos.

Al fin me tuve que ir. En tres minutos pasé por delante del joven Ribera. Quizá haya otra oportunidad y pueda volver a Madrid y ver aquellos cuadros. Sí que me paré unos segundos en una Lamentación sobre Cristo muerto que me recordó aquel cuadro del Thyssen: y allí tampoco nadie miraba el cuerpo.

Ya me iba, pero mis pies se rebelaron y entraron en una sala, solo en una, la primera que pillé, la 55, con flamencos del XVI. Qué pintores de los que nada sabía: Adriaenz Thomas Key, Adriaen van Cronenbuch (Retrato de dama y niña, con una inscripción inquietante: Nascendo morimur), Jan van Scorel. Y luego tres grandísimos retratos de Antonis Moro.

Y ya no había más solución que marcharme: pero de propina tuve la repetición de la maravilla del Paseo del Prado de vuelta hasta el metro de Banco de España: magnolios, macizos de flores, enormes árboles de telón de fondo, todo para que Apolo se sintiese a gusto en su fuente.

Y al avión. Y la vuelta a casa: los campos siempre verdes.

7 comentarios:

  1. Nascendo morimur es una variante flamenca de la Vanitas:


    http://commons.wikimedia.org/wiki/Category:Nascendo_Morimur

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  2. Muchas gracias, Kairos, por la referencia: no tenía ni idea de esa relación del Nascendo morimur.

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  3. Ya veo que con pongamos que xy, desde que estuve a punto de irme a a Sol, no quieres nada, pero me habría encantado volver a verla y andaba por ahí al ladito. Y ni siquiera habríamos discutido con lo del robo, para ti el caldero, que desde luego es una maravilla, y para mí el del vaso y la cafetera. También pensé en la niña del volante, pero impresiona demasiado.
    Anda, candidato, no me lo tomes en cuenta, que para la próxima movida -que las habrá- ya me asesoraré mejor.

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  4. Gracias. El relato me ha dejado fascinada

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  5. Ay, wx, quiero decir cb, par delicatesse, j'ai perdu ma vie.
    Hace poco llegué a una ciudad, se me ocurrió llamar a un amigo de golpe, que acabó invitándome a comer a su casa un rato después, con todo el lío consiguiente, porque tuvo que hacer la comida.
    Yo me prometí ser más previsor en adelante. En esta visita relámpago a Madrid no iba a tener tiempo de quedar con nadie, pero cuando salió la posibilidad de esa hora de tiempo real, me dije -egoísta-: Chardin. Ya ves, a mi rollo.

    Y gracias, Miriam.

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  6. Anda, pensé que sería algun amigo exótico. Bueno, si al menos no me borraste de la lista ya me quedo contenta, cuenta con mi voto.
    Y nada de egoísta, Chardin es Chardin.

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  7. Ay, cb, que me quedó mala conciencia de no haber llamado.
    Pero seguro que vuelvo pronto a Madrid, que lo estoy deseando.

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