La belleza es sagrarioMe llamó la atención el trasfondo, del institucionismo gineriano a la epifanía bíblica/griega:
Bajo una encina enorme en lo alto de Abantos,
rogué por ver el rostro de Dios, sólo
un instante de luz,
misterio, miedo y fuego, como un rayo.
Más allá del paisaje no vi nada
como podéis imaginaros todos,
pero de pronto un pájaro
se posó entre las ramas y cantó sobre el árbol.
-Por un lado la encina, árbol totémico de la ILS (basta recordar las menciones de Antonio Machado en relación con esa religión del dios ibero que se inventó*, pero también esto que leí sobre Martín Navarro**) y nada más y nada menos que en Abantos, sitio muy de excursiones de ese grupo, tan partidario de la naturaleza -pero cerca de Madrid, claro.
-Por otro el deseo, nada gineriano*** -panenteístas, decían ellos que eran, por lo que no dejan lugar a dioses 'externos'- de una epifanía, de que Dios se revele, como aquella vez en la encina de Mambré, o quizá mejor como un Zeus (el rayo, la encina de Dodona).
Y -«como podéis imaginaros todos» no vio nada «más allá del paisaje».
Pero -y eso sí que es una epifanía, en esa naturaleza y en un contexto laico- un pájaro cantó: y esa es la revelación, que también nos llega a nosotros gracias a la luz de los poetas -que decía Chesterton:
Detrás de nuestras vidas hay un abismo de luz, más cegador e insondable que cualquier abismo de oscuridad: es el abismo de la actualidad, de la existencia, del hecho de que las cosas son verdaderas y de que nosotros somos increíblemente, y a veces incrédulamente, reales. Es el hecho fundamental del ser contra el no ser: es inimaginable, pero no podemos dejar de imaginárnoslo, aunque algunas veces no lo imaginemos ni, muy especialmente, lo agradezcamos. Quien haya comprendido esta realidad sabrá que prepondera hasta el infinito sobre toda recusación de la negación, y que, debajo de todo cuanto pudiera negarse, existe una subconsciente realidad de gratitud. Esa luz de lo positivo es la que atañe a los poetas, porque bajo esa luz ven todas las cosas más que los demás hombres.Y hasta hay un autorretrato: fijaos bien en el pájaro que canta.
Lo que me tortura es ese «sobre el árbol» después de un «entre las ramas». El poema me recordó un haiku de E. G.-M.: «Como un pájaro / el sol entre las ramas». Quizá vaya por ahí lo del título, el «sagrario».
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[Aviso: si veis que estas interpretaciones mías se enredan cada vez más, no me metáis en Conxo]
*Ya me rayé sobre eso (cf. A. Ruiz Pérez "Lo bucólico en la literatura del cambio de siglo", en F. García Jurado, R. González Delgado y M. González González (eds.), La historia de la literatura grecolatina durante la Edad de Plata de la cultura española (1868-1936), Málaga, 2010, p. 335-362).
** Julio Caro Baroja, Los Baroja, Madrid, 1978 (2ª ed.), p. 152: «como el prototipo del viejo institucionista (...) Martín Navarro (...) ponía fuego en las explicaciones de Ética y se veía claramente que era uno de aquellos propagandistas del laicismo que hablan en tono muy respetuoso y distante de la Religión. (...) desempeñaba su papel como si se tratara de un sacerdocio. Incluso los domingos celebraba un rito especial. Consistía este en (...) meterse en El Pardo (...). Al pie de una encina, frente a la sierra, don Martín Navarro desplegaba su manta, sacaba un almuerzo frugal y peroraba o dialogaba socráticamente con algunos alumnos (...) o con gente ya mayor de la Institución».
*** Es una distinción importante que hace Ratzinger en la fenomenología de las religiones: por un lado la «comprensión personal de Dios» y por otro la «mística de la identidad»: «Saber si lo divino, ‘Dios’ es algo que está ante nosotros, de tal manera que lo supremo de la religión, del ser hombre es relación –amor- que llega a ser unidad (1 Co 15, 28), pero que no suprime la contraposición del Yo y del Tú, o si lo divino queda aún más allá de la persona, y la meta final del hombre es la unificación y la disolución en el Todo-Uno» (Fe, verdad y tolerancia, Salamanca, 2005, p. 41).
Angel, me encantaría decir que has clavado el poema, pero me temo que lo has trascendido: ¡dame, Señor, lectores como este para que mi obra sea tan grande como ellos!
ResponderEliminarJaime
Yo estoy muy contento de aparecer en una esquina de la fiesta con mi haiku. Gracias.
ResponderEliminarEn el último verso quizá fuerza la mano Jaime. Yo creo que apunta a que el pájaro está entre las ramas, pero el canto parece que baja de lo alto o que flota sobre el árbol. Es una sensación extraña y bonita, que se tiene al oírlos. Los jilgueros son especialistas en ese canto que no se sabe de donde viene, me parece.
Pero lo que es una suerte es poder leer poemas así.
ResponderEliminarY es muy bueno también que poemas como este se escapen de todos modos -y por suerte- de entre las redes que intentamos tenderles filólogos como yo.
Valle-Inclán, en "La corte de los milagros", hace decir a un personaje, hablando de otro: “Estos tiempos le ha dado por leer filosofía krausista, y está insoportable: se la ha puesto entre ceja y ceja la austeridad, que consiste en andar a pie con unas botas muy gordas y comer bellotas en El Pardo”.
ResponderEliminarA lo mejor cantó entre las ramas, "acerca del árbol..." (¿del árbol de la vida? ¿del madero del calvario?)
ResponderEliminarVaya, AFD, ni se me había pasado por la cabeza lo de 'sobre' = acerca.
ResponderEliminarTambién le estuve dando vueltas a la imagen superpuesta del sagrario por un lado y del pájaro sobre un árbol (=el Espíritu Santo).
¿Hay una encina enorme en lo alto de Abantos?
ResponderEliminar¡Qué maravilla de poema! (Y qué buen título el del libro) He ido a la página de Poesía Digital y también me han gustado mucho los otros dos que allí aparecen. Pongo el tercero:
ResponderEliminarPan duro
La madre de mi madre se tomaba
el pan del día anterior o el de hacía dos días
para desayunar, con su café manchado.
Era como un gorrión. Emocionaba ver
a aquella señorita de Alicante
con más de ochenta años de ternura
nutrirse despacito igual que un pobre
cartujo, allí sentada en su butaca.
Mi madre sonreía al verme sorprendido
contemplando a su madre, en una casa
cuya despensa inmensa
se parecía a un bodegón de Snyders.
Y alguna vez, para explicarme aquello,
me dijo llanamente: es por la guerra;
no te preocupes, Jaime, es por la guerra.
Dos décadas después, y a casi un siglo
de la Guerra Civil, ahora soy yo
el que coge el pan duro
y lo besa despacio
y se lo come haciéndolo migajas
con un café con leche.
Mi mujer no da crédito, y se queda
alucinada cuando le contesto
completamente en serio que no le dé importancia,
que lo hago por la Guerra.
Gracias por dármelo a conocer, Ángel.