miércoles, 15 de diciembre de 2010

Meditación sobre la orquesta

Leí este poema de Jesús Beades, cuyas cualidades de poeta tanto me ponderó hace años Enrique García-Máiquez.
Y me pareció un poema muy mío (caso de saber yo hacer poemas, que no es el caso):

Meditación sobre la orquesta
Oigo la orquesta que se eleva y canta,
cómo atacan las notas los primeros violines,
y cómo les responden los segundos, las violas,
y el timbal que subraya la frase, reclamando atención.
La violinista rubia de la primera fila
está tan concentrada que ya no piensa en Mozart.
La madrugada incierta, las tostadas veloces,
los niños a medio vestir y el café con leche desnatada
se deslizan ligeros por sus manos
confiriendo un extraño temblor al ataque del re,
una sutil caricia que sin embargo es triste,
que esconde su divorcio y sus pastillas
en la masa orquestal, que la transmuta en aire y armonía.
El hombre del bigote que abraza un contrabajo
por el contrario siente veneración por Mozart,
desde que vio Amadeus en el cine Alameda, con sólo nueve años,
y lo apuntaron al Conservatorio. Mientras avanza el Kyrie,
la ciudad se confunde con un sueño,
multicolor y rápido y gozoso, y no recuerda
la hipoteca, el coche en el taller, ni su alopecia
y ni siquiera ve, en la cuarta fila,
a sus hijos que escuchan orgullosos.
La chelista, el tenor, y las sopranos,
todos vienen de un sueño que es su vida,
hasta este despertar en medio de la música,
más real que el metal y la madera, que el sudor y los focos.
Una desilusión amorosa se torna
un acorde de sol disminuido. Un aprobado
en la cadencia ágil que resuelve una frase.
La muerte de una madre,
en esa disonancia que reclama un sentido. Poco a poco,
se desteje la vida en hilos sueltos
y se tejen de nuevo
y forman el amén que cierra el coro.
El director, con gesto concentrado
se inclina ante nosotros.
También calla su yo y sus circunstancias
que mueven la varita cada noche.
Y señala a los músicos, dirigiendo el aplauso para ellos.
Y aplaudimos. Y aquellas vidas
son bendecidas por una partitura
que me bendice a mí, y a todo el público,
y al resto de la vida que, al salir del concierto,
reanuda su Obertura, como siempre.

2 comentarios:

  1. Después de leer este poema, una cosa es segura: no te lo ponderé bastante. Muchas gracias por ponerlo a sonar de nuevo.

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