viernes, 3 de diciembre de 2010

Con el tiempo



Con el tiempo es un gran libro, de la cruz a la raya, del título al colofón -que tiene forma de reloj de arena y formado con palabras de Antonio Machado, ese que definió la poesía como palabra en el tiempo.
El título no es -cuidado- "con los tiempos", sino -creo- "[nuestra vida que se va] con el tiempo" o, mejor "[lo que podremos ser] con el tiempo [al aproximarnos a lo eterno]", como se ve en la frase que cita de Machado de que el tiempo nos ofrece "el consuelo de la esperanza").
E. G.-M. ha recorrido mucho camino desde Casa propia (2004): mucho recorrido vital, desde aquel libro celebratorio -alegre y lleno de ingenio, presentado como una casa en la que quería vivir su nueva vida de casado, a la espera de muchos hijos- a este, mucho menos arquitectónico -al menos en apariencia: en el anterior nos mostraba los elementos de la casa, en este se fija en los cimientos, pero hay también un control férreo de toda la estructura-, mucho más meditativo y donde el ingenio se esconde para brillar en la profundidad.
La dedicatoria, a Carmen, se comprende al leer el poema final: su hija recién nacida engloba el libro y nos da su sentido final: la esperanza a pesar de la muerte.
Que el tiempo que pasa es en realidad el segundo tema y el tiempo hacia la eternidad el primero -siento repetirme- lo marca también el poema de Zagajewski que actúa de cita inicial y que se titula 1969 (el año que nació E.G.-M.), que está ahí porque trata de eso, del tiempo que pasa -pero en el cogollo está el amor.
Toda la primera parte del libro tiene de trasfondo la muerte de su madre: la casa propia tiene ahora balcones en el cielo -aunque cuesta verlos entre el dolor. Ahora lo comprende todo con otra perspectiva: la lengua es materna con un nuevo sentido, el del deseo de un lenguaje verdadero como el de ella (El descubrimiento); también el recuerdo es un modo de luchar contra el tiempo, que trafica con el olvido (Recordação, Salto) y engaña por medio del sueño (¡conmovedor Albada!) y hace ver distinto todo lo que se entendía de otro modo (por ejemplo un poema de Holan en De nuevo en casa).
A partir de ahí, tiene todo el sentido profundizar en lo de dentro, cavar por el interior de uno mismo, que hay que ahondar con las raíces en la hondura.
Y todo ello en el tiempo de la llegada de la madurez, cumpliendo los cuarenta, cuando hay que renunciar a tener hijos (el excelente El hijo que no tengo, que yo no puedo leer sin emocionarme por su historia previa y sobre todo, posterior), cuando se sienten los pinchazos de dolores más o menos temibles que temidos, la conciencia de lo difícil que es mantener las convicciones, el dolor de amigos que traicionan.
Y la conciencia del sufrimiento del mundo: el girardiano Hecatombe.
Todo ello lleva a saber más, claro. En Agradecimiento a Miguel d'Ors continúa una serie de intercambios con este: un poema suyo en el que mostraba su bonhomía -y su ingenuidad de joven- dio pie a otro de d'Ors en el que le contestaba aleccionándole para que no fuera tan buena persona. En este vuelve E. G.-M. a su bonhomía, pero ya sin -tanta- ingenuidad.
Y varios poemas sobre su vocación poética -y la angustia de una posible vocación sin frutos y del valor real de la poesía. Y el cambio de tono vital que se convierte en reflexión sobre su propia poesía: el cruce de géneros con la alegría al fondo y la amargura delante, del himno a la elegía.
Pero no, que esta tristeza no puede durar siempre: ahí están los poemas de amor a Leonor, ahí está Magia (con la ayuda de Rocío Arana), ahí están las buganvillas (que son de papel), las adelfas dulces y las posadas amenas, la higuera estéril que al menos vale para madera, la alegría retorcida de Flannery O'Connor y Twardowski.
Y en Últimas voluntades, humor macabro que nos hace reír.
Y Con esperanza, sin convencimiento, donde cambia las preposiciones del título de un libro de Ángel González para reafirmar una alegría mucho más honda y esperanzada, a pesar de todo.
Y qué alegría -entre lágrimas- del poema final, con Carmen que llora. Y nosotros lloramos llenos de contento, con los pies en el suelo otra vez.

Enrique, ahí te van estos elogios, que son de amigo y son sentidos. Ahora, a lidiar con ellos.

4 comentarios:

  1. Grandísima reseña para un libro que lo merece.

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  2. No me costará, ni mucho menos, lidiar con ellos. Muchísimas gracias.

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  3. Pues , siguiendo tu consejo, yo primero he leído el libro y luego tu reseña y me parece una reseña estupenda para un libro que ya es hondo desde el título, como bien dices.
    No "con los tiempos", pero tampoco "en el tiempo". "En el tiempo" es sinónimo de fugacidad; "Con el tiempo" habla de esperanza. "Con el tiempo" podría titularse por ejemplo el Eclesiastés.
    Y "meditativo" es un buen adjetivo. "Generoso" podría ser otro. Sólo la generosidad permite convertir la alegría en gratitud y el dolor en compasión -no propia, sino ajena, hasta por la higuera maldita- como hace EGM.

    Saludos a tu demonio filólogo-profesor-pinchanotas, que a mí me cae muy bien.

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  4. Compartimos admiración y emoción por este libro. Muy certeras tus apreciaciones, Ángel. Un abrazo.

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