martes, 16 de noviembre de 2010

San Josemaría y el Arzobispo de Burgos

Desde Valladolid fui a Burgos. Mis hermanas querían llevarme a ver el nuevo Museo de la Evolución, pero por suerte conseguí que acabáramos visitando la Catedral, que me volvió a sorprender: qué capillas, que retablos, qué cuadros, qué tumbas (de huesos deshechos, no como los de Atapuerca).
Y pasamos por delante del Palacio Arzobispal, adonde -cuenta un artículo reciente*- llegó san Josemaría en 1938, cuando era un cura joven que había conseguido escapar del Madrid en guerra; estaba en los huesos, muy débil, pero quería retomar el trato sobre todo con universitarios de antes de la guerra y por eso fue a pedir licencias para confesar, con una carta en la mano del obispo de Pamplona:
Yo, clara y concisamente, -dos minutos- expliqué a S. E. los fines de la Obra. Monseñor: "aquí no hay universitarios: me sobra clero: no le doy licencias", dijo. El clérigo pecador le besó con mucha devoción el anillo, se quedó tan tranquilo como si hubiera conseguido jurisdicción para todo el mundo, y, muy contento, ha pedido con toda su alma por el santo Arzobispo. ¡Qué bueno es vivir de Dios! ¡qué bueno es no querer nada más que su gloria! Inmediatamente vi: la Jerarquía es el Papa: el Papa es Cristo. Mi Señor Jesús sabe más que yo (!): el Arzobispo, aunque se enfade sin motivo (¡se enfadó, se enfadó!, y yo..., calladito) es Cristo. Imposible llevarme disgusto.  Él -Jesús- lo arreglará si conviene. Conste que yo sigo creyendo que sí conviene.
Luego acabaron siendo muy amigos.
Y me llevé una alegría al encontrar en Las armas y las letras de Trapiello a ese mismo Arzobispo de Burgos intercediendo por el gran Francisco Vighi, al que perseguían en el bando nacional durante la guerra.

Y acaba de salir también El rumor del agua, un libro sobre esa estancia de san Josemaría en Burgos (aquí, unas páginas en pdf). De ahí, esto de un viaje a Silos en 1938 (p. 122):
He salido de Burgos en un mal coche de línea, alrededor de las cuatro de la tarde, Sancte Raphaël!, ora pro me. Hasta Puentedura, hemos ido peor que en el tren: con el mismo olor, color, sabor y apretujamiento.
*en Francisco Crosas, "Epistolario de san Josemaría Escrivá de Balaguer y mons. Javier Lauzurica (enero 1934 - diciembre 1940)", Studia et Documenta. Rivista dell' Istituto Storico San Josemaría Escrivá, p. 411-435. La carta que cito, en p. 423-4.

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