El día del Thyssen nos impresionaron muchos cuadros, pero el que más, el de Ribera:
A mí me impresionó la curva tan pronunciada del cuerpo de Jesús y el brazo, tan dejado. Y Cristina dijo que nadie le miraba, ni la Virgen, ni san Juan ni la Magdalena.
Otro día se lo conté a Suso, pero a él le parecía que lo lógico en ese momento era mirar y no dejar de mirar el cuerpo muerto de Jesús. Y yo tampoco supe qué decirle. Así que le pedí ayuda a Cristina, que me escribió esto:
Otro día se lo conté a Suso, pero a él le parecía que lo lógico en ese momento era mirar y no dejar de mirar el cuerpo muerto de Jesús. Y yo tampoco supe qué decirle. Así que le pedí ayuda a Cristina, que me escribió esto:
Yo los veo en estado de shock, Ángel.
Por una parte, el dolor insuperable y por otra la confusión, la perplejidad, el no entender nada. Su cuerpo de cerca al descenderlo, ese encarnizamiento, ese destrozo, verlo tan horriblemente lacerado...Que ya estaba así en la cruz, mientras le quedaba un hilo de vida, pero todavía estaban su mirada, su voz, su presencia, su dignidad, que debía ser impresionante, enamorante, todavía era Él... Cuando lo bajan de la cruz es sólo su cuerpo de hombre, el cuerpo más masacrado que seguramente ninguno habría visto. ¿Cómo reconocerlo en ese despojo?
Es el perfecto cumplimiento de la profecía de Isaías, que precisamente habla de eso, de horror, y también de vergüenza, de culpa: “No tiene ya apariencia de hombre” (Is. 52); “No tenía apariencia ni presencia; no tenía aspecto que pudiéramos estimar. Despreciable y desecho de hombre (...), como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable. (...) Molido por nuestras culpas” (Is.53).
Y qué enorme confusión, mental, espiritual. Piensa que Juan lo había visto transfigurado, que había oído “este es mi Hijo bienamado...”, que la Virgen sabía que era el Salvador anunciado, que todos habían presenciado sus milagros y su poder, quizá hasta el último momento esperaban que se manifestase su gloria y que todo diese un vuelco, y sin embargo allí estaba ese cuerpo, irreconocible, fracasado, los soldados y el gentío marchándose a sus asuntos. ¿Qué habían vivido? ¿Qué significado tenía todo aquello? Quizá además del dolor y del horror, Juan y las mujeres –la Virgen no- sentirían decepción. Por eso en el cuadro de Ribera, la Virgen mira al cielo, como si le preguntara al Padre, los otros se miran dentro.
Y además del shock impresionante (compasión del cuerpo tienen después, cuando se han rehecho, cuando van a embalsamarlo y perfumarlo), todavía hay otra cosa en esas miradas que se despegan del cadáver. El Espíritu Santo quizá, trabajando en sus corazones, haciéndoles sentir contra toda evidencia que no los ha dejado huérfanos... Igual desbarro mucho, pero a mí me parece que Cristo, vivo, está presente en el cuadro justo porque no miran el cadáver, no porque lo ignoren, que hay que ver cómo lo rodean, sino porque pueden despegar la mirada.
El cuerpo de Jesús era un cuerpo demasiado inocente para toda la violencia que había recibido. Es un contraste insoportable. Hay que apartar la vista. Es parte del misterio de nuestra fe.
ResponderEliminarExtraordinaria glosa al cuadro. Muchas gracias por compartirla. Leyéndola recuerdo a Leonardo y a su justa defensa de la pintura como cosa mental, y veo que Ribera llega más lejos aún. Qué vida interior tuvo que tener para ver todo lo que C. ha revisto.
ResponderEliminarHacer teología desde los cuadros. Toda una incitante invitación. Y la reflexión sobre el cuadro de Rivera podría continuar: María, en efecto, mira hacia el cielo, como señala Cristina en su magnífica reflexión; Juan mira, con cierta estupefacción, a Magdalena, la cual besa y mira los pies de Jesús, mientras el anciano de la derecha, parece mirar a María. La cosa no acaba...
ResponderEliminarNo me aguanto las ganas y ponga aquí también un texto que me pasó Cristina de R. Cantalamessa, de una de sus homilías de Semana Santa. “Dando un fuerte grito, expiró”, a propósito de que en ese momento del cuadro ya está el Espíritu Santo:
ResponderEliminar”...Los evangelistas Mateo y Marcos describen así la muerte de Jesús: "Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró" (Mt 27,50; Mc 15,37). "Kraxas phone megale" en griego, "Clamans voce magna" en latín. En este grito de Jesús moribundo hay un gran misterio que no podemos dejar caer en el vacío. Si Jesús dio ese fuerte grito, fue para que se escuchara; si está escrito en el Evangelio, es también él evangelio. En ese grito se encierra todo lo que quedó sin decirse o no pudo expresarse con palabras en la vida de Jesús. Con él Cristo vació su corazón de todo lo que lo había llenado durante su vida. Es un grito que atraviesa los siglos con mucha más fuerza que todos los gritos de los hombres: de guerra, de dolor, de alegría, de desesperación. (...)
"¿Quién conoce lo íntimo del hombre —dice el Apóstol—, sino el espíritu del hombre, que está dentro de él? Pues lo mismo, lo íntimo de Dios lo conoce sólo el Espíritu de Dios" (cf lCo 2,11). Por lo tanto, lo íntimo de Cristo nadie lo conoce, a no ser el Espíritu de Cristo, que estaba dentro de él y que durante toda su vida había sido su "compañero inseparable para todo" (BASILIO MAGNO, Sobre el Espíritu Santo, XVI, 39 (PG 32, 140). Jesús lo hizo todo "en el Espíritu Santo". Todo lo que dijo lo dijo "en el Espíritu Santo" (cf Le 4,18). También su grito en la cruz fue un grito "en el Espíritu Santo", no el simple grito de un moribundo. (...)
El grito de Jesús en la cruz es un grito de parto. En aquel momento nacía un mundo nuevo. Caía el "diafragma" del pecado y se producía la reconciliación. Fue, pues, un grito de sufrimiento y a la vez de amor. "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13,1). Los amó hasta el último suspiro. Podemos comprender cuán grávido estaría de fuerza divina ese grito de Cristo por el efecto inmediato que produjo en quien lo escuchó en vivo y en directo. Dice la Escritura que el centurión que estaba frente a Jesús crucificado, cuando lo vio expirar de aquel modo, dijo: "Realmente este hombre era Hijo de Dios" (Mc 15,39). Se hizo creyente. (...)
Jesús ha ido hasta el fondo en sus muestras de amor. Ya no puede hacer más para demostrar su amor, pues no existe mayor prueba de amor que dar la vida. Pero ha agotado las muestras del amor, no el amor. Ahora su amor está en manos de otra señal especial, distinta, de una señal que es una realidad, más aún, una persona: el Espíritu Santo. "El amor de Dios —ese amor de Dios que ahora ya conocemos— ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo". Es, pues, un amor vivo, actual, palpitante, como vivo, actual y palpitante es el Espíritu Santo.
Donde los demás evangelistas habían dicho que Jesús, "dando un fuerte grito, expiró", Juan dice que, "inclinando la cabeza, entregó el Espíritu" (Jn 19,30). Es decir, no sólo expiró, sino entregó el Espíritu, el Espíritu Santo, su Espíritu. Ahora sabemos qué era lo que se encerraba en aquel fuerte grito que Jesús dio al morir. ¡Por fin se ha desvelado su misterio! “
Maravillosa entrada y comentarios, ante los que poco más se puede añadir. Impresionante la lúcida visión de Cantalamessa, acerca del grito de Cristo al expirar, que es un grito que sigue atravesando los siglos, que encierra en sí todo el dolor de todos los hombres de todos los tiempos.
ResponderEliminar¿Y qué decir del dolor de la Madre? Quien haya pasado por el trance de la enfermedad -o de la muerte- de un hijo, sabe el abismo negrísimo que se abre ante sí, es un dolor que parece que te va a destrozar con él, que no se va a superar, que te engulle. Por eso se comprende bien por qué la Virgen es verdaderamente Madre, y Corredentora. En el "Ahí tienes a tu hijo", de Jesús señalando a Juan, nos miraba a cada uno de nosotros. Su dolor de parto fue el dolor de la muerte de ese Hijo (y ¡qué Hijo!): tuvo que pasar por esto, para podernos engendrar a la nueva vida en Cristo, para que cada uno fuésemos otro Cristo. Perdió a su Hijo -en carne mortal- para recuperarnos a cada uno. Es Madre de verdad, le hemos costado mucho.
Este cuadro lo plasma muy bien. No cabe pensar en un dolor mayor que el que refleja el rostro de la Virgen.
Verónica
El comentario es muy bueno, y la puntulización de Cristina, también. Es cierto lo que dice ella: ¿qué pensarían María, Juan y los demás, al pie de la cruz? Supongo que al estado depresivo que se te queda cuando se muere un familiar, un hijo, se añadiría la rabia por la condena injusta, el susto porque todo ocurrió en 24 horas, la confusión recordando todos los hechos maravillosos vividos durante tantos años. Cuando oyeran lo de "si es Hijo de Dios, que se salve", inevitablemente -creo- pensarían "es verdad, si hizo tantos milagros ¿por qué no ha hecho ahora uno?" Al leer el Evangelio, no conviene perder nunca de vista que todos, salvo Jesús, eran personas normales, como nosotros, y que reaccionarían más o menos como lo haríamos nosotros.
ResponderEliminarOyes, que forma tan profunda tienes de ver los cuadros; yo nunca habría pensado tanto.
No estoy muy de acuerdo con la interpretación, en general, pues se podría decir que los que sí miramos a Cristo somos los espectadores del cuadro, a los que nos atrae la vista su cuerpo muerto, tanto por razones religiosas como pictóricas (esa intensa mancha de blanco frío). San Juan no le mira porque está mirando al otro discípulo y ambos están ocupados en la necesaria y utilitaria tarea de trasladar, con todo respeto, el cuerpo (tarea todavía familiar a los espectadores de Ribera). Es evidente el lado del triángulo y diagonal que componen los ojos de san Juan con los pies de Cristo. Nosotros somos espectadores de una escena, a la vez, íntima y cósmica. El cuadro lanza una pregunta a la que el espectador, sobre todo de ayer, debía dar una respuesta.
ResponderEliminarqué maravilla...
ResponderEliminarSí que es una belleza. En el museo impone más por la cercanía de la exposición (en un retablo u otra ubicación más "original", causaría otro efecto) Aparte consideraciones formales (el escorzo en diagonal-horizontal del cuerpo es, por ejemplo, muy característico de Ribera, recuerdo un S.Sebastian y StªIrene, y hasta célebre Baco, o el mismo sueño de Jacob en Betel). Sobre el tema iconografía, hay que interpretarlo en católico (me explico?), como una iconografía post-tridentina con toda la riqueza teológico-espiritual-intencional del momento (más la propia inspiración del pintor).
ResponderEliminarEse tema del planto-piedad, hay que exponerlo en paralelo antitético con el de la adoración de los pastoresEn este del Louvre (es el que he encontrado, pero se repite lo esencial en otros del mismo tema) la mirada de la Madre también se dirige a lo alto (del Verbo Encarnado al Verbo co-sustancial al Padre--->ella enlaza la Encarnación con el Verbo preexistente, adorado en la carne y en la Trinidad (cfr. el prólogo de Jn 1, 1ss. etc.). En la escena de la Pietá, el dolor domina en tanto en Belén era el gozo. En una y otra escena, el "sacrificio" está presente, en Belén incoado (carne-humanidad) y en la Pietá consumado (llagas y cuerpo exánime). La Virgen-Madre, en una y otra escena, contempla y ofrece en "elevación" (oratio=elevatio mentis ad Deum); las manos juntas de la Madre en Belén son las mismas manos enlazadas-crispadas pero orantes del Calvario-Sepulcro. En esta otra versión los ojos de S.Juan miran a la Virgen (hijo-madre), y la escena se debe entender como extesión temática del Calvario (vèase el tránsito de escena en secuencia, sin solución de continuidad) un efecto del dinamismo escénico del barroco (no hay cuadros cerrados, sino en secuencia "dialéctica", ya sea por tema iconográfico, ya se considere el conjunto de la obra del pintor en sí).
Sobre la Magdalena, la representación es doble-->como integrante de la escena, y como tema en sí, puesto que representa en transposición iconográfica el Evangelio (cumplido en este caso) de la unción de Maria de Betania y la profecía de la Pasión-Sepultura Jn 12, 1-7; Mt. 26. 6-13; Mc. 14. 3-9; y la de la pecadora en casa del fariseo Simón Lc 7,36ss. (téngase en cuenta que la tradición iconográfica y también parte de la exgética identifican a estas mujeres con MªMagdalena).
Igualmente, el tema eucaristico (altar-piedra/mantel-corporal-sudario)--> una conjunción de sacramentos--> penitencia(Magdalena) Eucaristía(Juan-sacerdocio)--->comunión (beso de la Magdalena)oblación(Madre-Virgen).
Sobre el tema-alegoría de las virtudes (Fe-Esperanza-Caridad) y las obras de misericordia, habría que comentar lo correspondiente, que me parece también están aludidas.
En fin, me estoy pasando de pesado, me temo. Pero es barroco pleno, no solo en las formas sino en el contenido: Patentemente católico.
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Muchas gracias, Terzio por el comentario: para mí, un lego en la cuestión, todo esto es ir de admiración en admiración, con la boca abierta.
ResponderEliminarPido disculpas por no aportar nada, pero no me puedo resistir a descubrirme ante todos vosotros, y daros las gracias por ilustrarme y hacerme disfrutar más plenamente de algo tan bello en lo evidente, y tan profundo en lo oculto.
ResponderEliminarGracias.
¿Crees más, Le amas más, Le deseas y buscas más?
ResponderEliminarPerdona la indiscreta pregunta...tan pertinente.
El arte cristiano es "aperitivo", e incluso praeambula fidei. No es cualquier cosa, porque expresa lo máximo expresable en este mundo(sin agotarlo, a veces sólo sugiréndolo, pero siempre conectando (si es arte y si es ortodoxamente cristiano)).
1 saludo, y gracias a tí por "sugerir" comentario y tema.
Qué maravilla de comentarios, cuánto hay que aprender. Desde luego todo cambia si en vez de verlos inmóviles, se les ve a punto de iniciar el traslado del cuerpo, como dice anónimo. La Magdalena, siempre a sus pies, lo despide con un beso mientras San Juan la mira, y José de Arimatea tras él mira a la Virgen. Ese juego de miradas delo que habla Suso. Y el comentario de Terzio es asombroso: las relaciones con las representaciones de la Natividad y la adoración de los pastores, el lenguaje de las manos y la mirada de la Virgen, el tema sacramental, la alegoría de la virtudes (por favor, si vuelve y es tan amable, que comente lo correspondiente, que no nos deje así)... Lo leo y lo releo y estoy yendo a todas sus referencias para en cuanto pueda volverme al museo a ver el cuadro, a intentarlo al menos.
ResponderEliminarEn estado de shock me temo que sólo estaba yo. Y el señor de detrás que no vi, después del pisotón
que le pegué.
"Anonadao" me he "quedao". Y si tengo que tomar partido....me quedo con Anónimo: "...pues se podría decir que los que sí miramos a Cristo somos los espectadores del cuadro, a los que nos atrae la vista su cuerpo muerto...". Y aunque es más que fascinante la aportación de Cristina, muy catequética....la de Anónimo nos situa en el plano real artístico.
ResponderEliminarUn saludo.