domingo, 28 de diciembre de 2008

La Catedral de León

La Catedral estaba a oscuras; mejor, así no tenía que ver las vidrieras ni las paredes neogóticas.
Y vi: un retablo de Juan de Valmaseda prodigioso. Y los frescos del trascoro. Y la tumba de Ordoño II. Y muchos sepulcros góticos que merecían por sí solos una visita, por ejemplo este con plañideras que se tiran de los pelos.
Y un retablo central que según leo es también un refrito del XIX, pero hecho con tablas antiguas simplemente memorables (esto de los adjetivos ponderativos manidos es un problema).
Y luego estuve en san Isidoro (y me acordé de Andrés Trapiello). Pero la conmoción esperaba en san Marcelo: además de la imagen del santo, de Gregorio Fernández, había una Inmaculada que si no era suya lo era casi (y qué pliegues metálicos y qué ojos de tarsio).
Pero lo que no conocía era un Cristo de Gregorio Fernández, el Cristo de los Balderas, que es una de las imágenes que más me han impresionado en mi vida, casi tanto como el Ecce homo: este me pareció que acababa de morir; por fin ha dejado de sufrir; y es carne ya redimida por el dolor y es madera pero encarnada.

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