miércoles, 3 de diciembre de 2008

Celanova y Bande (y 6 de 6)

El fin de fiesta fue Vilanova dos Infantes, un pueblo encantado: entras por la indicación en la carretera y zas: dirección prohibida (¡Orense mágico!). Por ahí fuimos, arriesgando puntos del carné (y la propia vida), hasta llegar a la plaza, con casas de piedra y hórreos de madera y una torre con líquenes amarillos.
Cuando quisimos salir acabamos en una carretera que no prometía nada, salvo acabar en medio de un monte en esta esquina perdida del mundo. Dimos la vuelta, volvimos al pueblo y todo eran direcciones prohibidas y ninguna indicación de cómo salir: ¡era un pueblo encantado! Pedimos ayuda a unos que estaban allí fuera y resultó que estaban tan perdidos como nosotros. Acudimos angustiados a un paisano, que ante nuestras facciones desencajadas se compadeció, rompió el encanto y nos dijo cómo salir.
Desde la torre, ya anocheciendo, la vista era grandiosa. En un cartel, un poema de Curros Enríquez, que me gustó y todo.


Y nos dejamos sin ver el castro de Castromao. Queda para la próxima:

3 comentarios:

  1. El encanto del pueblo se ha pasado a tu prosa.

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  2. Qué castro impresionante... Pasé por esa zona con la vespa. Iba desde Vigo y recuerdo el paso del Miño, los viñedos, la gozada de conducir por carreteritas serpenteantes... Dormí en un pueblo llamado Sampaio (de Arriba o de Abajo, no recuerdo) y un vecino tuvo el detallazo de sacar a un pobre burro de su dormitorio (en un prado, junto a un muro que lo protegía del viento) para que yo pusiera allí la tienda de campaña.

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  3. Arp, espero que no te haya molestado el comienzo de mi entrada. Portque si es así, lo cambio ahora mismito.
    Por tu prosa no parece que te sientas mayor. Los 40 están de moda... ¡gracias a Sarah Jessica Parker!

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