Veo que los anglosajones usan mucho el concepto de closure y el verbo move on. Supongo que ya es tiempo de hacer yo eso con Eslovaquia, cerrar ese capítulo y avanzar hacia otros campos, que llevo ya casi dos meses hablando de ello y el visitante ocasional se puede preguntar: y este tío ¿por qué cada cierto tiempo se pone a hablar de Bratislava? Cerremos, pues, el capítulo, ay, tan gustoso, y avancemos a otras cosas.
Casi al final de los días en Bratislava fui al Museo Arqueológico: me salté una exposición de arte egipcio (todavía no sé muy bien por qué me interesa tan poco la cultura egipcia) y me fui a la colección permanente; habida cuenta de que Eslovaquia estaba en el territorio conocido como Barbaricum, casi todo lo que tenían era de los pueblos que fueron pasando por allí (germánicos -los marcomanos, esos con los que luchaba Marco Aurelio en Gladiator, celtas, eslavos, húngaros) y los objetos romanos de lujo que compraban al otro lado del limes. Bien, estaba bonito.
Allí al lado se apelotonaba también en dos salas el Museo de los alemanes de Eslovaquia ('alemanes de los Cárpatos'), que daba muchísima pena: llamados esos alemanes en la Edad Media a trabajar allí, la progresiva nacionalización-compartimentación-rebanamiento del que había sido imperio austro-húngaro les dejó en situación extraña: de un imperio multinacional y multilingüístico pasaron en el XIX y XX a estados basados en la pureza linguística nacional donde los que habían vivido allí tan contentos se convirtieron en minorías. Y para rematarlo, se echaron en brazos de Hitler (como los de los Sudetes, en Chequia). Y luego las represalias después de la Segunda Guerra Mundial, con episodios tristísimos de matanzas de gente pobre, desarbolada, exiliada a Alemania y vuelta a su pueblo para encontrar allí que en realidad -pobres antes y después- eran ahora verdugos que tenía que pagar. Los pocos que quedan intentan mantener el recuerdo de lo poco que queda.
Y también allí, en otras dos salas, el Museo de cultura húngara en Eslovaquia. Para que os situéis, con la invasión turca, lo que ahora es Eslovaquia fue durante tiempo el territorio mínimo que le quedó a Hungría (la pequeña Hungría, la llamaron). Ahora en Eslovaquia queda medio millón de hablantes de húngaro y parece que no son muy amados precisamente por los eslovacos hablantes de eslovaco, después de que durante el XIX los húngaros del reino de Hungría quisieran (mierda de nacionalismos del XIX, qué apestosos fueron) imponer la lengua húngara como única en todo su territorio de entonces. Había una señora en las dos salas, cuidando aquello: fotos, cuadernos escolares, periódicos en húngaro de principios del siglo XX, catecismos calvinistas y católicos, clubes deportivos. Y qué triste todo también.
Y me dejé sin ver los museos de cultura ucraniana, croata (hay dos aldeas croatas desde el año pum al lado de Bratislava -¡alucinante!), rutena (son como ucranianos pero no del todo iguales, no me preguntéis más) y roma (=gitana): más datos en la web general. Y no llegué a ir al Museo judío de Bratislava (¡con lo que me gusta la cultura judía, y más la de los del centro de Europa: ¡Singer, Scholem!), aunque sí el Museo judío en Nitra. Y a los judíos se los cargaron a todos, primero con el estado títere y luego los nazis directamente, y qué pena también.
Ahora Eslovaquia es un país independiente, con minorías reconocidas (sic). Dicen que están muy contentos así, sin Chequia siquiera, que les va muy bien. No sé, espero que sí.
El otro día se me ocurrió pensar en una hipotética República Galega, con un museíto de cultura castellana en Galicia en una callecita, no sé, Pescadería Vella por ejemplo, para un futuro próximo, y pensarlo fue como chupar algo amargo.
Casi al final de los días en Bratislava fui al Museo Arqueológico: me salté una exposición de arte egipcio (todavía no sé muy bien por qué me interesa tan poco la cultura egipcia) y me fui a la colección permanente; habida cuenta de que Eslovaquia estaba en el territorio conocido como Barbaricum, casi todo lo que tenían era de los pueblos que fueron pasando por allí (germánicos -los marcomanos, esos con los que luchaba Marco Aurelio en Gladiator, celtas, eslavos, húngaros) y los objetos romanos de lujo que compraban al otro lado del limes. Bien, estaba bonito.
Allí al lado se apelotonaba también en dos salas el Museo de los alemanes de Eslovaquia ('alemanes de los Cárpatos'), que daba muchísima pena: llamados esos alemanes en la Edad Media a trabajar allí, la progresiva nacionalización-compartimentación-rebanamiento del que había sido imperio austro-húngaro les dejó en situación extraña: de un imperio multinacional y multilingüístico pasaron en el XIX y XX a estados basados en la pureza linguística nacional donde los que habían vivido allí tan contentos se convirtieron en minorías. Y para rematarlo, se echaron en brazos de Hitler (como los de los Sudetes, en Chequia). Y luego las represalias después de la Segunda Guerra Mundial, con episodios tristísimos de matanzas de gente pobre, desarbolada, exiliada a Alemania y vuelta a su pueblo para encontrar allí que en realidad -pobres antes y después- eran ahora verdugos que tenía que pagar. Los pocos que quedan intentan mantener el recuerdo de lo poco que queda.
Y también allí, en otras dos salas, el Museo de cultura húngara en Eslovaquia. Para que os situéis, con la invasión turca, lo que ahora es Eslovaquia fue durante tiempo el territorio mínimo que le quedó a Hungría (la pequeña Hungría, la llamaron). Ahora en Eslovaquia queda medio millón de hablantes de húngaro y parece que no son muy amados precisamente por los eslovacos hablantes de eslovaco, después de que durante el XIX los húngaros del reino de Hungría quisieran (mierda de nacionalismos del XIX, qué apestosos fueron) imponer la lengua húngara como única en todo su territorio de entonces. Había una señora en las dos salas, cuidando aquello: fotos, cuadernos escolares, periódicos en húngaro de principios del siglo XX, catecismos calvinistas y católicos, clubes deportivos. Y qué triste todo también.
Y me dejé sin ver los museos de cultura ucraniana, croata (hay dos aldeas croatas desde el año pum al lado de Bratislava -¡alucinante!), rutena (son como ucranianos pero no del todo iguales, no me preguntéis más) y roma (=gitana): más datos en la web general. Y no llegué a ir al Museo judío de Bratislava (¡con lo que me gusta la cultura judía, y más la de los del centro de Europa: ¡Singer, Scholem!), aunque sí el Museo judío en Nitra. Y a los judíos se los cargaron a todos, primero con el estado títere y luego los nazis directamente, y qué pena también.
Ahora Eslovaquia es un país independiente, con minorías reconocidas (sic). Dicen que están muy contentos así, sin Chequia siquiera, que les va muy bien. No sé, espero que sí.
El otro día se me ocurrió pensar en una hipotética República Galega, con un museíto de cultura castellana en Galicia en una callecita, no sé, Pescadería Vella por ejemplo, para un futuro próximo, y pensarlo fue como chupar algo amargo.
¡Qué triste es que se aprenda tan poco de la historia del nacionalismo!
ResponderEliminarqué gran entrada dulce y amarga, como toda la serie de Bratislava, que por mí que no se cierre.
ResponderEliminar"Desarbolada", qué puñalada.
Y las fotos, los cuadernos y los catecismos. Y los pocos que quedan intentando mantener el recuerdo de lo poco que queda. Y Girard por todas partes...
Pero el museíto de Pescadería Vella, difícil lo veo. ¿Cómo les va a caber dentro el Hostal de los Reyes Católicos? Y eso sólo para empezar.
No se si era tu intención pero yo me he quedado con la visión amarga del nacionalismo... Bravo!!! Me ha encantado y me anoto la frase de la Republica Galega.
ResponderEliminarUn abrazo y espero que todo bien.