viernes, 6 de junio de 2008

Clarachan

Clara -Clarachan (algo así como Clarita) la llaman sus padres-, con un vestido rojo y un chubasquero rosa, cogida de mi mano y apoyando sólo los talones mientras paseábamos por la Herradura, con la Catedral al fondo en un día gris -ya más de un mes así-, es una niña que habla en japonés como Keiko, su madre, y dice palabras en español que le enseña su padre. Y sus padres también hablan entre ellos en alemán y olé con la torre de Babel.
Y Pablo me decía que era una niña muy guerrera, pero no, que se portó muy bien. Uvi -gambas- decía, sentados nosotros, sus padres y yo, ante la comida, enfrente de la policía, por si a los malos se les ocurría secuestrarla, al ver a una niña tan guapa, con ojos negros rasgados y pelo rubio.
En la Misa del peregrino sí que se revolvía un poco en su silla, quizá por los excesos de barroquismo del predicador, que por lo demás tenía que torear un mihura, la ofrenda conjunta de la Brilat (una brigada del ejército), y un instituto de bachillerato de Barcelona, que habían pagado a pachas por el botafumeiro.
Y como es gallego, toreó bien: elogio de las labores de paz de la brigada, cita de Verdaguer en catalán, himno español ejecutado por los militares justo al acabar la Consagración (y que no se entere Zapatero) y lectura a cargo de una catalana de fuerte acento: ¡y luego hablan de la diplomacia vaticana!
La iglesia estaba a rebosar de peregrinos, aparte de los catalanes y militares. Y cómo les gustaba darse la paz entre ellos. Y el botafumeiro y todo el mundo haciendo fotos.
Y me decía el abuelo de Clara que la iban a echar mucho de menos, ahora que se volverán en unos días a Japón, después de pasar tres semanas aquí.

1 comentario:

  1. ¿Amigos?

    Me has hecho acordar a las películas japonesas que supe ver desde que las descubrió Hernán de Esperando Nacer. A las nenas le agregan chan y a los nenes san, creo.

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