Teníamos ayer el acto de becas en el Colegio Mayor La Estila, y le concedieron la beca de honor a don José Becerra, Pepe para los amigos, que durante muchos años se ha encargado del mantenimiento, pilotando con gran pericia la sala de máquinas, al grito de Más madera y con riesgo continuo de quemarse.
Pepe es de una generación que padeció la guerra o la primera postguerra de niños; se encontraron un mundo difícil y para ellos trabajar es lo que se suponía, como el valor en la mili (que hicieron, por otra parte porque había que hacerla, y la recuerdan muy contentos, a diferencia de las siguientes generaciones, que no tenemos ni mucho menos tan buen recuerdo). De esa generación era también mi padre. Mucho más mayor es don Luis Gil, eminencia de los estudios griegos en España, del que leía el otro día (citado no recuerdo en qué blog) un pasaje (me parece que del nuevo prólogo de su mítico Censura en el mundo antiguo, ahora reeditado) en el que reivindicaba el trabajo titánico de gente común o excepcional, entre los años cuarenta y los setenta. Así me imagino también a los padres de Paco.
Pepe recuerda con gran cariño sus primeros años, de pluriempleo. Creo que estuvo en una fábrica de hielo, por ejemplo.
Aquí, a veces se disfraza de ogro de Cuéntame y los universitarios jóvenes comprueban asombrados, fascinados y asustados que el ogro franquista existe de verdad. Él hace su papel con gran convicción y los que vemos el espectáculo nos divertimos mucho, porque pone cara de malo muy bien. Luego, en petit comité, le acorralamos a veces y se defiende con gran tino, mucha retranca y carcajadas, ya sea alabando La Coruña (con ele), ya protestando de nuestras quejas, ya señalando nuestro señoritismo.
Luego resulta que incluso tiene su corazoncito. Fue él el que me pasó un disco de Carlos Cano. O te viene un día con que vio una película taiwanesa (o pakistaní o finlandesa) y dice que le ha gustado mucho. Ahora ha dado en decir, para mi consternación, que el cambio climático es verdad: yo me acuerdo de lo de las nieves de antaño de François Villon y con eso me lo explico: antes, en su juventud, nevaba y llovía más, qué duda cabe y no seré yo quien lo niegue.
Claro, eran tiempos de Historias de la radio. Y ahora ellos no entienden nada de la nada montada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario