Parece que la higuera quiere empezar a echar brotes: las puntas de las ramas se están abriendo y han aparecido puntitos a lo largo, a intervalos.
Las hortensias también se despertaron: muchas hojas en las que plantaron el año pasado y menos en las antiguas.
Narcisos en el arriate de las rosas, ordenados el año pasado en hileras, como las cebollas, y este a su aire. Las flores miran al suelo; caigo en la cuenta de que el mito puede ser por eso: pones narcisos junto a un estanque y ya está.
Los rododendros sacan sus ruedas de flores entre rosas, violetas y rojas.
Al lado del Auditorio están en todo su esplendor, pero nuestras azaleas son perezosas.
Los agapantos están mucho más lustrosos, a la espera de su periscopio de flores; en cambio, las gardenias siguen igual, preparándose para sus efímeras flores blancas.
El camelio, remiso todavía.
Y no tenemos ni cerezos, ni ciruelos, ni manzanos, pero los veo por toda la ciudad, que es una fiesta, este increíble año de sol.
Que sensibilidad,eres un gigante de la jardineria.
ResponderEliminarUn abrazo,Álvaro
Suerte de vivir en una ciudad tan llena de flores. Qué bonitas palabras, rododendro y agapanto...
ResponderEliminarSí que son preciosos los nombres. Piensa uno quién sería el primero en llamarla así: "rododendro", cómo sería esa persona, con cuánta atención miró la flor, y qué sentido poético y qué buen oído...
ResponderEliminarY la azalea perezosa también es preciosa.
Poesía pura, esta entrada. A mí también me encanta el nombre de los rododendros, y me encantaría escribir una novela, cuento o algo que se llamara así: el jardín de los rododendros. Y adoro los cerezos, los almendros, y los naranjos de mi ciudad, y los arces japoneses del campus de Navarra, y los hayedos de Maestu, y las palmeras de la Isla de la Palma... los árboles.
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