Ayer la Avenida de Coimbra permaneció asediada todo el día por el olor de las flores amarillas de la mimosa.
Desde que sé que es un árbol invasor, las flores amarillas y ayer el olor me dan mala espina, son olores con su carga de muerte, tan saturados, como me parece que debe de ser todo el movimiento decadentista francés. Gracias a Dios, nunca me ha interesado esa literatura (Baudelaire, Mallarmé, Huysmans, incluso lo más frívolo de Oscar Wilde), pero me da que debe de echar un cheiro parecido, a flores del mal, nunca terrestria sidera.
Es un hallazgo maravilloso ¿verdad?
ResponderEliminarLa más perfecta definición de la flor, esa contradicción. Todo lo que tiene de arrastrado en ese terrestria lleno de erres, todo lo que tiene de milagro en ese suavísimo sidera.
Esos "olores con su carga de muerte, tan saturados" me han remontado a una película que me apasiona: "El sueño eterno" de Howard Hawks, con guión, entre otros, de William Faulkner, sobre la novela de Raymond Chandler. En una de las primeras escenas, el detective Bogart va a ver al millonario padre de las dos hermanas protagonistas de la película; el anciano va en silla de ruedas, y se encuentra confinado, cubierto de ropa hasta las cejas, en un abigarrado invernadero, lleno de flores y plantas increíbles, entre las que se cuentan unas orquídeas carnívoras... Bogart empieza a sudar como un pollo. Esas orquídeas, y el calor asfixiante, y en general toda la escena, te hacen percibir con fuerza el olor de la destrucción y de la muerte. Bogart debía haber puesto pies en polvorosa ante tan mal presagio, pero claro, si lo hubiera hecho, nos quedamos sin historia.
ResponderEliminarCon todo, esa escena -y toda la película- me gusta mucho.
Como también algunos poemas de "Las flores del mal": Baudelaire es un pedazo de poeta! Aunque ahora me gusta más D'Ors.