Camino de Vigo, masas amarillas de mimosas: son mortíferas, dice Antón, pero a mí me gustan, a pesar de todo.
Vigo, ciudad monstruosa; en muchas zonas tiraron las casas -traídas de algún suburbio moscovita- desde helicópteros y cayeron como pudieron. Las calles principales, en cambio, tienen empaque, son calles de ciudad. Y por muy feo que sea, siempre te queda la opción de mirar el mar, que justo esa es la ventaja de las ciudades costeras, y el mar de Vigo es de los más bonitos que conozco; eso explica también que todos hicieran edificios altos, para poder ver el mar y no morirse de ver el horror arquitectónico y urbanístico. En Vigo yo me siento un poco pueblerino, con tanto coche y tanta gente: Santiago me empequeñece, está claro.
El cementerio de Pereiró: mucha gente esperando. Al rato llega el coche de la funeraria. Un sollozo, la madre de Juan Carlos, muy mayor, que tiene que pasar por este dolor que nos explicó Amalia Bautista. Pasamos entre panteones, algunos art decó, algunos pretenciosos, el de Concepción Arenal, el del prócer local García Barbón. Varias lápidas con no te olvidaremos nunca: words, words, words.
Sacan el féretro, lo meten en un nicho. El cura reza unas oraciones. Es todo muy rápido. La gente da el pésame a su madre. Allí se queda el cuerpo de Juan Carlos. Qué solos se quedan los muertos.
Nos vamos yendo. De vuelta, el sol se pone en technicolor: ilumina las cimas de los montes. Llegamos a Santiago: San Caetano, Basquiños, de vuelta al pueblo empequeñecido.
Y un texto muy bonito de Ñolo sobre Juan Carlos.
Emocionante crónica. Qué solos se quedan los muertos, sí. Pero me queda el consuelo último y definitivo. Permíteme que transcriba un párrafo de la "Spe salvi":
ResponderEliminar"El verdadero pastor es Aquel que conoce también el camino que pasa por el valle de la muerte; Aquel que incluso por el camino de la última soledad, en el que nadie me puede acompañar, va conmigo guiándome para atravesarlo: Él mismo ha recorrido este camino, ha bajado al reino de la muerte, la ha vencido, y ha vuelto para acompañarnos ahora y darnos la certeza de que, con Él, se encuentra siempre un paso abierto (...)" (n. 6).
Lo cito sobre todo por mí, ante el escalofrío que me ha metido en el cuerpo tu descripción del cementerio, y de la ceremonia mortuoria. Y por el llanto de su madre.