Un estupendo artículo de Matthew J. Milliner en el blog de First things sobre imágenes que Dios mismo -o ángeles o primeros espadas de la santidad, de san Lucas no baja, de los primeros del escalafón, vamos- ha hecho de sí mismo o de la Virgen. Y sobre el arte y sobre la iconoclastia y sobre el mito (verdadero) y sobre la encarnación. Y sobre el poder curativo de las imágenes. Supongo que a Verónica al menos le interesará, aunque sólo sea por su nombre (no tengo nada claro que venga de vera icon 'verdadera imagen', una palabra latina junto a una griega y una evolución de contorsionista para que pudiera dar 'Verónica', aunque cosas veredes; más me parece que tenga que ver con el nombre Berenice, pero no puedo comprobarlo ahora).
Y una frase de Chesterton al final: The frog laughed but the folklore student remained grave (La rana se rió, pero el estudioso del folklore permaneció serio).
Y el estupendo final del texto: Legends of Christ’s image validate his image that is no legend (Las leyendas de la imagen de Cristo validan su imagen, que no es ninguna leyenda).
Te agradezco la alusión y el comentario sobre la oscura etimología de mi nombre (reconozco que me parece mucho más sugerente -y no te digo ya desde el punto de vista ascético- "verdadera imagen" que Berenice).
ResponderEliminarEl artículo, en efecto, me ha parecido interesantísimo. Reconozco que, aun cuando no nos hagan falta esas pruebas tangibles de la divinidad de Cristo -como son, en concreto, la Sábana Santa de Turín o el Velo de la Verónica-, ciertamente consuelan y ayudan en ocasiones. Hace poco cogí en una iglesia una estampa del rostro de Cristo, realizado por la NASA partiendo de los rasgos deformados -por los golpes, la sangre,...- de la Sábana Santa. Es un Rostro que es más que humano... Y es tal y como nos lo habríamos imaginado. Al mismo tiempo, no te cansas de mirarLe: sacia sin saciar. Si es así una mera reproducción, ¿cómo será la contemplación cara a cara?
Todo esto me trae a la memoria, una vez más, el pedazo de libro que nos ha regalado nuestro B16-Ratzinger: "Jesús de Nazareth". En la contraportada, se reproducen esos versículos del salmo 27: "Vultum tuum, Domine, requiram!" (Tu rostro buscaré, Señor/no me escondas tu rostro), que resumen la verdadera aventura -la única aventura- de nuestra vida.
Sólo quiero añadir que del artículo en cuestión me quedo con este párrafo, que traduzco "ad libitum":
ResponderEliminar"Poner en duda la autenticidad de estos vestigios -se refiere a los retratos divinos, o realizados con el auxilio divino, del Señor o de su Madre- no es cuestionar la esencia del Cristianismo, pero sí supone perderse su valor (el de los vestigios). Como Juan el Bautista, estas leyendas e imágenes apuntan a su objetivo, nos urgen: "Conviene que El crezca, y que yo disminuya". Las historias de estas imágenes son mitos, no porque sean mentira, sino porque se trata de códigos que es preciso descifrar para alcanzar la verdad".
Como Dios confía plenamente en el Hombre, consintió en que el recuerdo del paso de su Hijo por la tierra fuera transmitido de generación en generación por medio del testimonio, de la palabra (frágil y huidiza como el viento). Quienes no confían en el Hombre, no creen que éste pueda conservar el testigo de una llama durante siglos y siglos. Pero es que la Iglesia es Cuerpo místico de Cristo, y su vida alienta animada por el soplo del Espíritu.
ResponderEliminarEs verdad esto que decís: que además de transmitir la palabra, los primeros testigos tuvieron la audacia --y el cuidado-- de conservar las reliquias de Jesús. Si al cabo de veinte siglos la contemplación de la Sábana despierta en nosotros una emoción grande, ¡qué pasmo no produciría entre aquellos que tuvieron el privilegio de vivir junto al Maestro!.
Tiene razón Verónica: el Sudario de Turín consuela y ayuda en nuestra busca.
La santa Síndone es la primera imagen fotográfica de la Historia del Arte (con todas sus "peculiaridades"). El velo de la Verónica deviene emblema perpetuo del Arte de la Pintura.
¡Para mayor Gloria de Dios!