Al ritmo que imponía el nervio de mi muela, fui viendo el libro del gran experto en su obra, Juan José Martín González (El escultor Gregorio Fernández, Madrid, Ministerio de Cultura, 1980). Cosas que anoté:
p. 17: "gallego de nación".
p. 17: "gallego de nación".
p. 22 “fuera de ser noble hidalgo, es de suyo muy sentido y colérico”.
p. 64-5 cita a García Chico: “cuentan sus contemporáneos que la imagen de Jesús atado a la columna de la iglesia penitencial de la Vera Cruz le habló antes de abandonar el taller. (…) En las horas de reposo gustaba de la lectura de libros devotos: los de Fray Luis de Granada, con los del Padre Luis de la Puente [vivía entonces en Valladolid], eran cantera inagotable”.
p. 59: Cita de Antonio Palomino (El Parnaso español pintoresco y laureado, Madrid, 1714-24, vol. III): "Está el dicho Gregorio en opinión de Venerable, por sus muchas virtudes, pues no hacía efigie de Cristo Señor Nuestro y de su Madre Santísima que no se preparase con la oración, ayunos, penitencias y comuniones, porque Dios le dispensase gracia para el acierto. Vivió junto a la puerta del Campo de Valladolid, y su casa era tan conocida de los pobres como pudiera serlo un hospital, y así acudían a ella con todas sus necesidades: pues no se contentaba Gregorio con remediarles el hambre y socorrerles en desnudez, sino curarles también sus dolencias: y así le tenían en grande opinión en Valladolid, donde murió".
Como ya aprendí de Mary Lefkowitz a dudar de las biografías, noto cierto tufillo embellecedor, aunque por muy crítico que me ponga, me alegro de la fama de santo de Gregorio Fernández y no me sorprendería nada que algún Cristo le hubiese hablado, viendo lo bien que los hizo. De todos modos, no puedo dejar de notar el mito de Pigmalión como trasfondo, la definición de realismo (una imagen que habla), el olvido de la idea del artista primero como gran artesano (aquello de distinguir arte y vida moral de Maritain, que luego recogió Flannery: lo de la mala persona pero buen artista).
p. 64-5 cita a García Chico: “cuentan sus contemporáneos que la imagen de Jesús atado a la columna de la iglesia penitencial de la Vera Cruz le habló antes de abandonar el taller. (…) En las horas de reposo gustaba de la lectura de libros devotos: los de Fray Luis de Granada, con los del Padre Luis de la Puente [vivía entonces en Valladolid], eran cantera inagotable”.
p. 59: Cita de Antonio Palomino (El Parnaso español pintoresco y laureado, Madrid, 1714-24, vol. III): "Está el dicho Gregorio en opinión de Venerable, por sus muchas virtudes, pues no hacía efigie de Cristo Señor Nuestro y de su Madre Santísima que no se preparase con la oración, ayunos, penitencias y comuniones, porque Dios le dispensase gracia para el acierto. Vivió junto a la puerta del Campo de Valladolid, y su casa era tan conocida de los pobres como pudiera serlo un hospital, y así acudían a ella con todas sus necesidades: pues no se contentaba Gregorio con remediarles el hambre y socorrerles en desnudez, sino curarles también sus dolencias: y así le tenían en grande opinión en Valladolid, donde murió".
Como ya aprendí de Mary Lefkowitz a dudar de las biografías, noto cierto tufillo embellecedor, aunque por muy crítico que me ponga, me alegro de la fama de santo de Gregorio Fernández y no me sorprendería nada que algún Cristo le hubiese hablado, viendo lo bien que los hizo. De todos modos, no puedo dejar de notar el mito de Pigmalión como trasfondo, la definición de realismo (una imagen que habla), el olvido de la idea del artista primero como gran artesano (aquello de distinguir arte y vida moral de Maritain, que luego recogió Flannery: lo de la mala persona pero buen artista).
Comprabado una vez más el hecho de que en las fotos las imágenes de Gregorio Fernández salen muy mal, apunto sitios para ver imágenes suyas al natural: Nava del Rey (Valladolid), Burgos (ejem), Astorga, Lima (Perú, el único sitio de fuera de la Península Ibérica donde hay una escultura suya), Miranda de Douro (Portugal: estuve este verano, pero era lunes y la catedral estaba cerrada; y yo no sabía que el retablo fuera suyo), franciscanas de Monforte de Lemos (Lugo: próximo objetivo), convento de la Encarnación y convento de san Plácido en Madrid, catedral de Plasencia, iglesia de san Miguel de Vitoria (varias veces en Vitoria y ni me molesté en buscar), Braojos de la Sierra (Madrid: de menor calidad, pero aún así, merecería la pena), convento de capuchinos de El Pardo (Madrid).
Muy buena entrada, Angel. Me anoto las referencias de los lugares que visitar para conocer de primera mano las obras del bueno de Gregorio.
ResponderEliminarAsí como de soslayo apuntas un tema que me resulta apasionante, y sobre el que podrías abundar en futuras entradas: el del artista y su bondad (o maldad) moral, el de los límites -nada claros muchas veces- entre el arte y la vida... Y en apoyo de tu apostilla, citas nada menos que a Maritain y a Flannery! Esta cita promete horizontes sin límites acerca de las relaciones entre los trascendentales de Santo Tomás "bueno" y "bello".
Al hilo de esta reflexión rindo aquí -perdón, a lo peor no viene al caso- mi particular homenaje a Tim Burton y Johnny Depp (me declaro ferviente admiradora de ambos), y a su maravillosa "Ed Wood", sobre el "peor director de la Historia del Cine", y sin embargo, personaje interesantísimo y admirable (¡sublime Bela Lugosi, interpretado por un decrépito y oscarizado Martin Landau!). En este caso, nos encontramos ante la paradoja (contada brillantemente) de un artista deplorable que encerraba a un ser humano extraordinario...
De CLAUDIO RODRÍGUEZ:
ResponderEliminarDéjame que te hable, en esta hora
de dolor, con alegres
palabras: Ya se sabe
que el escorpión, la sanguijuela, el piojo,
curan a veces: Pero tú oye, déjame
decirte que, a pesar
de tanta vida deplorable, sí,
a pesar, y aún ahora
que estamos en derrota, nunca en doma,
el dolor es la nube,
la alegría, el espacio;
el dolor es el huésped,
la alegría, la casa.
Que el dolor es la miel,
símbolo de la muerte, y la alegría
es agria, seca, nueva,
lo único que tiene
verdadero sentido.
Déjame que,
con vieja sabiduría, diga:
a pesar, a pesar
de todos los pesares
y aunque sea muy dolorosa, y aunque
sea a veces inmunda, siempre, siempre
la más honda verdad es la alegría.
((Espero que así sea))
Lamento mucho lo de tu dolor de muela, pero qué barbaridad, vaya con el ritmo que impone. Y muchas gracias: convento de la Encarnación y convento de san Plácido, próximo objetivo.
ResponderEliminarEl asunto de la distinción entre arte y vida moral me ha recordado este poema de D'Ors sobre Charlie Parker, un caso a la inversa del que cita Verónica:
(BIRD-Cuestiones de poética)
Le escucho en “Night and Day”.
Su música de oro
llega a esta tarde desde el otro lado
(...)
pienso en todas las cosas
que esa Belleza tiene tras el telón de fondo:
pienso en aquellas noches despedazadas, pienso
en aquel hombre póstumo –sólo treinta y un años–,
en sus dientes de perra rabiosa en Camarillo
State Hospital, pienso
en las albas podridas de alcoholes y heroína
en que regresaría del Infierno
al Infierno por torvos callejones de gatos
–la lluvia gris desafinando sobre
los cubos de basura–.
Y me pregunto
Por el enigma que une esos extremos
–“Night and Day”–, su existencia, que escruto con los ojos
de la memoria: tallo que enlaza el indecible
esplendor de la rosa
y el estiércol.
(De “La imagen de su cara”, 1994)
Verónica, me gusta muchísimo esa película, sobre todo la escena de Martin Landau cogiendo una rosa, como en una película de blanco y negro.
ResponderEliminarSobre la relación arte y vida hay mucha tela que cortar, pero te remito a esto. Y el poema de d'Ors, claro.
Gracias, Concha: es una buena guía eso de que 'la más honda verdad es la alegría' y sé además que es verdad. Tendría que añadir el testimonio precioso que recoge Hernán
sobre san Juan de la Cruz cuando se escapó y mi entrada sobre el dolor de muelas sería un buen retrato de mis limitaciones.
Te apunto un sitio más en el que puedes ver una magnífica obra de Gregorio Fernández, concretametne una preciosa Piedad que puede verse en la Iglesia Parroquial de Santa María de La Bañeza, en León.
ResponderEliminarhttp://www.guiarte.com/archivoimg/general/246.jpg
Gracias por el texto que enlazas. Muy buena la reflexión de Gilson: "El artista más perfecto es (...) el que pone la verdad más alta al servicio del arte más perfecto". Me da mucho que pensar, y se me ocurren un montón de ejemplos que no son del caso. Lo mismo se puede aplicar, "mutatis mutandis", a la idea del trabajo en general. Lo cual me ayuda mucho, y me abre nuevos horizontes. Tengo que madurarlo un poco.
ResponderEliminarEl poema de Charlie Parker que cita cb me pone un nudo en la garganta, pues tuve el privilegio de oírselo recitar de viva voz a su autor, y ah, amigos míos, eso no es para contarlo... El propio d'Ors en aquella sesión de poesía pura, citando a Papini, comentó que cuanto más grande y genial es un artista, mayor es su insatisfacción ante la obra realizada, pues percibe con mayor nitidez que nadie la distancia enorme entre lo que quería decir -lo que había "visto"-, y lo que limitadamente había podido expresar con los rudimentarios medios humanos. Al hilo de estas palabras, también pensó en voz alta acerca del clasicismo, cuya quintaesencia se define como el equilibrio perfecto entre fondo y forma (Santo Tomás, Flannery), apuntando que el poeta, y el artista en general, tenía que saber moverse dentro de los límites, y aprovechar al máximo el espacio que esos límites le dejan, extrayendo todas sus virtualidades. En fin, no sigo, que me emociono y no paro.
(NB: Este comentario me dio a mí que pensar, pues poco antes de empezar la conferencia, yo le expresé al propio d'Ors la emoción que, entre otros, me causaba su poema titulado "Por un azul y un amarillo" de su último libro "Sol de noviembre", y él me dijo que en ese poema se había quedado corto, que no terminaba de gustarle del todo, pues se le habían quedado muchas cosas en el tintero que no había logrado decir... Quizá por eso en uno de sus poemas dice que la Poesía es -no es textual- una manera más de no ser feliz).
Y ya por fin, Angel, la escena que recuerdas de "Ed Wood" es maravillosa. El rostro de Martin Landau parece estar esculpido en piedra, como la perfecta encarnación de sí mismo. Si la narración es "el arte de la encarnación" (de nuevo Flannery), el cine también lo es, y en este caso, de un modo eminente.
(Qué jugosa entrada, cómo la estoy disfrutando...)